Dos pesadillas

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

ESCRITOR

  1. Mejor lo relato en detalle.

    Serían las cuatro de la mañana. Me despertaron la bulla de los recogedores de basura y el ruido del truck cuando la masticaba y engullía. Aguardaba el cese de la bulla y del ruido mecánico para volcarme en el ensayo general de la muerte.

    Así bautizo la ñapita de sueño que gozo, previo a salir de la cama y enfrentar el nuevo día. La ñapita dura cincuenta minutos, más o menos. A lo largo de la misma disfruto el sueño que repara el cuerpo y tonifica la mente. Un tango clásico resume las razones benéficas del sueño:- "El músculo duerme, la ambición descansa."

    Aguardo dichos minutos con tensión feliz. Una tensión parecida a la que afecta a la gente de teatro, durante el ensayo general, previo a la función de estreno.

    Para entonces, ya el actor memorizó el libreto, se acostumbró al vestuario, el maquillaje, la escenografía. No obstante, aun falta el elemento indispensable del estreno: el público. De igual forma, cuando dormimos, a plenitud, asistimos al ensayo general de la muerte: todo está listo para el gran estreno. Mas falta el público que componen parientes y dolientes.

  2. Idos los basureros y el truck me entregué a la ñapita de sueño. Soñé que un político salía de "su" automóvil. Bueno, suyo entre comillas. Que no pagó medio centavo por poseerlo, ni paga la gasolina que consume. Tampoco paga el salario de quien lo guía, lo lustra y enciende las bombillitas anunciantes de "Honorable a Bordo".

    Del automóvil salió un combo agrandado de empleados de confianza. Ayudantes. Asesores de doscientos billetes la hora y contratación obligatoria de veinte horas semanales. El buscón que opera a título de "enlace de fe" con las comunidades. La especialista en nadie sabe qué, si bien egresada del "Puerca de Juan Bobo Fashion Institute".

    Después salió el político. Mostrándose ajeno al hecho de que nadie lo esperaba, lanzó besos a la multitud inexistente. Seguido, aprovechando la inexistencia de la multitud, comenzó a balbucear pamplinas. La ganga de empleados de confianza lo aplaudía y vitoreaba.

    Los aplausos y los vítores me hicieron sudar y grité, como se grita en toda pesadilla. Menos mal que sonó la alarma del reloj y desperté.

  3. Me desarropé, estiré, bostecé. En fin, repetí los ceremoniales sabidos, previo a salir de la cama y enfrentar el día. Sin embargo, una sorpresa descomunal me esperaba, apenas prender la luz de la...

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