'Doy gracias a Dios que no era mi tiempo'

Por Yaritza Santiago Caraballo

yaritza.santiago@gfrmedia.com

Antes de visitar una casa tiene que informarse de quiénes la habitan, incluso niños y animales. Si va a una tienda tiene que sentarse cerca y frente a una puerta. Y, evitando el bullicio, solo va a la primera tanda del cine.

Así ha sido su cotidianidad desde que regresó de Irak en el 2004, tras participar en una guerra en la que se encontró en dos ocasiones al borde de la muerte y que le dejó cicatrices físicas y psicológicas. "Muchas cosas cambiaron en mi vida", dijo Labarca durante nuestra entrevista en su hogar en Toa Alta.

Labarca, de 42 años y padre de tres, reveló que para poder contar su historia a El Nuevo Día tuvo que prepararse mentalmente, pues no le gusta revivir esos recuerdos. Comentó que en sus 18 años en el servicio militar, nunca estuvo tan cerca de la muerte como cuando servía de policía militar en la cárcel Abu Ghraib en la que custodiaban a los prisioneros iraquíes.

En la noche del 17 de octubre, un mortero cayó cerca del edificio donde él pernoctaba. "Recuerdo que estaba en el cuarto con un compañero disfrutando de alguna salchicha enviada desde Puerto Rico cuando un mortero dio contra una pared. El mortero explotó. No hubo heridos, pero la detonación fue tan fuerte que me afectó el oído", dijo Labarca.

Esa noche, después de que le dieron una pastilla para el dolor, el soldado continúo con sus labores.

Era usual recibir ataques enemigos, pues la cárcel ubicaba en la zona de combate. Por eso vivían en un ambiente de temor. "Estábamos bajo constante ataque. Allí no se dormía", dijo.

Su segundo encuentro con la muerte fue justo al día siguiente. De regreso al campamento donde su brigada pernoctaba, el sargento se detuvo a conversar con unos compañeros con los que se había encontrado.

Justo entonces otro mortero cayó bien cerca de ellos. Y casi de inmediato se produjo la explosión que lanzó el cuerpo de Labarca contra una pared. Herido, el hombre quedó totalmente aturdido, como otros siete soldados, incluido su amigo, el capitán Elmer Rivera.

"Estuve aturdido en el piso hasta que escuché mi nombre: ¡Carlitos, Carlitos! Era el capitán Rivera, a quien los fragmentos del mortero lo impactaron en el área del estómago y el pecho", dijo Labarca con voz entrecortada.

Tras pausar agregó que "me desperté y cuando lo vi (con parte de los intestinos por fuera) me paré, lo recogí y lo montamos...

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