Ecomentando

Miguel Rodríguez Casellas

Insólita es la ingenuidad del boricua-bestial.

Aclaremos una cosa: el desarrollo no mató a Puerto Rico, lo mató la manera de encauzarlo. Ya basta de equiparar concreto a tragedia: la tragedia está en la grama, en esa parcela que aisló aún más a lo que ya era isla, entregando nuestra vida al auto.

Poner hoy a soñar a todo un país con casas de campo y jardines de yuca orgánica es todo menos ecológico. Que lo promuevan supuestos activistas del "planeta" es incomprensiblemente estúpido.

La bestialidad boricua goza de muchos ángulos, la forma de ocupar su territorio sin duda el más craso. Adoptar el sueño americano de casa unifamiliar y pradera extendida, como si Texas cupiera en este raquítico promontorio, es, parafraseando a Bill Clinton, un desliz matemático, un error de cálculo de exponencial infelicidad, desarraigo y pérdida de suelo agrario. Y todo para adelantar los intereses de nietos de hacendado que no quieren pasar trabajo. Olvídense del tópico del cuponero, pues son...

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