Enfermedad y democracia

SERGIO RAMÍREZ

ESCRITOR

No se trataba de un secuestro, por supuesto, más que en el sentido cariñoso, y jocoso, en que lo dijo el presidente de Uruguay, José Mujica, que Fidel tenía secuestrado a Chávez para su propio bien. Se trata más bien de la cultura del secreto, que es contraria a la democracia y consecuencia de las tinieblas que trae consigo una mentalidad cerrada a la transparencia en la información. ¿A quién se le ocurriría aconsejarle a Chávez esa foto con el periódico del día en la mano? Lo que consiguieron con eso fue todo lo contrario de lo que pretendían: levantar más sospechas, y multiplicar las especulaciones.

Que el presidente Chávez padecía de cáncer es algo que se había comentado ya en diversos periódicos del mundo, y en decenas de piezas de información colocadas en la red electrónica. ¿Pero por qué dar paso a todo ese cúmulo de comentarios, no todos ellos bien intencionados, usando el silencio y la desinformación como escudos?

Primero, quién se enferma. Nos enfermamos todos. Todos somos hijos de la enfermedad y de la muerte, y todos tenemos derecho a buscar el mejor auxilio médico para preservar nuestra vida, se tenga o no graves responsabilidades de estado como en el caso del presidente Chávez. Fue a buscar ese auxilio a Cuba, como otros políticos poderosos lo buscan en las clínicas y hospitales de Estados Unidos, donde más cómodos se sienten.

Recuerdo el caso del presidente Napoleón Duarte de El Salvador, afectado gravemente por un cáncer, y quien buscó cura en Estados Unidos. O más recientemente el caso del presidente Fernando Lugo de Paraguay, quien buscó cuya en Brasil. Pero en ambos casos, los salvadoreños y los paraguayos, supieron desde el principio qué mal afectaba a sus presidentes y cuáles eran los procedimientos que se seguirían para tratarlos. Por lo general, son los médicos personales los que se encargan de informar a los ciudadanos, o se emiten boletines periódicos de parte de los hospitales, sin ocultar ni distorsionar nada, porque se trata de personajes públicos cuyo estado de salud afecta la vida social. Decir la verdad en estos casos, es un deber democrático.

En cambio, el secretismo es un ardid que conspira contra la democracia, de la que es parte esencial el derecho a saber; no como una curiosidad malsana, como la que alguien puede sentir acerca de los entretelones de las vidas de las estrellas del espectáculo, amoríos, divorcios y enfermedades. Pero no es así en el caso de las personas que ejercen...

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