Espera eterna por reabrir

Cuando el personal de la escuela elemental Pedro Moczó Baniet en Carolina llegó al plantel un par de días después del huracán María, el panorama era sobrecogedor.

Había árboles desparramados por el patio, parte del techo de la cancha estaba desprendido y un poste caía sobre un transformador, entre otros daños.

La directora Norma de Jesús reunió al personal y les dio un mensaje. “Ella nos dijo: ‘Yo sé que no es función nuestra limpiar y recoger. Pero la escuela es de todos’”, contó Yamira Guadalupe, bibliotecaria del plantel.

Así fue que empezó la ardua lucha, aún inconclusa, de una comunidad escolar por volver a recibir estudiantes e intentar un regreso a la normalidad tras el trauma de María y de una directora que se echó sobre sus hombros la rehabilitación de su plantel, sin que el tiempo le alcanzara para ver el fruto de su esfuerzo.

Para De Jesús, era esencial que la escuela estuviera en condiciones rápido. El Departamento de Educación (DE) ha cerrado más de 200 escuelas en dos años. La secretaria Julia Keleher ha dicho que algunos planteles afectados por María seguirán cerrados.

La profesora temía que la escuela, que tenía 344 estudiantes antes de María, pero que ha perdido más de 20 desde entonces, cayera en la redada. “Por la mente de ella pasaba que escuela mejores las han cerrado”, dijo Guadalupe.

La escuela era el centro de la vida de la profesora, quien a sus 72 años llevaba 26 dirigiéndola. Por varios años, planificó retirarse, pero siempre lo posponía por razones relacionadas a la escuela.

Cada mañana, recibía a los estudiantes en el portón. Para la época de graduaciones, verificaba qué niño no tenía para las cuotas y lo pagaba de su bolsillo. Si un estudiante llegaba tarde, ella, consciente de que muchos niños solo comen bien en la escuela, se encargaba de que se le alimentara.

“Tenía una pasión muy linda por la educación. A veces estaba con ella en el ‘mall’ y venía un hombre, ya adulto y le decía ‘misi, misi, ¿se acuerda de mí?’. Era alguien que había pasado por sus manos. Eso la hacía muy feliz”, cuenta su nuera, Rebecca González.

La comunidad respondió y dos días después de que el personal de la escuela pusiera manos a la obra, el plantel había sido limpiado. Padres, maestros, empleados, metieron machete y rastrillo y la escuela quedó igual que antes de María.

A partir de entonces, la directora llegaba tempranito y ocupaba su escritorio de 8:00 a.m. a 4:30 p.m., a veces sábado y domingo, esperando el permiso para reabrir...

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