La esperanza

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

ESCRITORA

Esta administración, además, le ha dado un tiro de gracia a la confianza en las instituciones de ley y orden, tan necesarias en la sociedad para una convivencia civilizada. No podemos contar siquiera con la certeza de que regresaremos vivos a nuestra casa tras una salida. A nuestros niños se les está haciendo el peor daño posible: privarlos de una buena educación y, con ello, de un futuro. Y todos sufrimos a diario las deficiencias en el sistema de salud. Las ciudades y pueblos -con algunas honrosas excepciones- están decaídos; el orden y el ornato público son inexistentes. El panorama es desolador.

¿Adónde virar los ojos? Sólo nos queda mirar hacia adentro, buscando, en esta época, el consuelo que nos proporciona el milagro de la Navidad. La fiesta no depende de compras, ni de tiendas, ni de parrandas (como no depende el bienestar del país de más y más dádivas venidas de afuera sino de la recta voluntad colectiva de hacer que esto funcione).

La Navidad, al fin y al cabo, es algo muy sencillo: es el nacimiento de un niño y es el renacer de una esperanza. La Navidad nos dice que en medio de la oscuridad de la noche más desolada puede surgir un destello de luz. Nos dice que no todo depende del ser humano, que cuando agotamos nuestras posibilidades, hay todavía una esperanza, porque existe una fuerza amorosa que vela por nosotros.

El niño recién nacido es una realidad poderosa que es también un símbolo. Nadie tan desvalido como una criatura tal que necesita de otros, especialmente de una madre, para subsistir. Ningún otro ser, sin embargo, suscita tanta esperanza. Quienes hemos visto a nuestro alrededor nacer y crecer a los niños hemos palpado ese milagro, sabemos de la promesa cumplida: de satisfacer sus más mínimas necesidades hemos...

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