ETA o la espada rota

FRANCISCO J. VACAS

PERIODISTA

Decimos unilateral cuando pudimos haber dicho inexorable, dado que, según la última contabilidad de las fuerzas de seguridad del estado español, la nómina total de la organización terrorista, incluyendo dirigencia en la sombra de la clandestinidad y militancia armada en la sombra de la calle, apenas llegaba a 80 numerarios, acosados, acorralados y prácticamente desmantelados por las policías española y francesa.

Decimos lucha armada, usando el eufemismo de su lenguaje delirante, cuando no se trataba de otra cosa que de una pulsión mortífera que hablaba con una sintaxis de cadáveres sobre la mesa de negociaciones.

La primera punta de la estrella fija el final del terror en sí mismo, un aura de espanto, que flotaba en el inconsciente colectivo de generaciones de españoles. ETA surgió en el País Vasco hace 43 años al calor del horno de la represión franquista, más brutal y mutilante en Euskadi que en el resto de la península, y alcanza su cénit con el atentado en 1973 del almirante Luis Carrero Blanco, delfín del caudillismo, que amenazaba con prolongar indefinidamente la larga noche de la dictadura. Su asesinato fue visto como una extirpación profiláctica por el sector progresista de la sociedad hispana, celebrado como una epifanía por los incontables agraviados por Franco y a ETA se le llegó a percibir como un ejército de liberación nacional.

Pero la democracia llegó y ETA no soltó la armas e incluso continuó golpeando el corazón del estado español con despiadados ataques con coches-bomba y ametrallamientos a cuarteles del ejército en una psicótica cruzada por un independentismo de cuento de hadas. Así que tras 829 víctimas mortales, ETA se da por vencida, aunque sin entregar las armas, sin haber acercado un milímetro su espejismo soberanista.

En la segunda punta de la estrella reside el inédito escenario político del País Vasco post-ETA. Durante décadas el fantasma de la banda se había convertido en una pieza multiusos que teñía y condicionaba el juego de los partidos legítimos.

La mayor o menor afinidad con postulados etarras fueron usados por el Partido Nacionalista Vasco, -tradicional, conservador, católico, que coqueteaba de forma temeraria con tesis separatistas- para ganar simpatías recónditas o distanciarse cuando convenía según el barómetro electoral. Ahora se quedan sin este engranaje universal que movía su maquinaria ideológica, igual que a sus rivales, el Partido Socialista y el Partido Popular, se...

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