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Nelson Sambolín tendría seis años cuando su madre, una humilde mujer del barrio Coquí de Salinas, quien no sabía leer ni escribir, le regaló su primera libreta. Aquel cuaderno que recibió cuando estaba en primer grado fue como un tesoro para el artista, quien tan pronto abrió las páginas en blanco, agarró un lápiz y comenzó a dibujar.

“Cuando empezó el primer día de clases, ya la libreta estaba llena y mamá me decía, ‘pero qué tú hiciste’”, comenta el artista puertorriqueño lanzando una carcajada de recuerdos.

“Fue algo inexplicable. Absurdo”, señala sobre aquel suceso con el que comenzó a trazar su camino. Aquellos primeros dibujos, dice, eran inspirados en los pasquines (cómics) de la época y en los periódicos que recogía en las casas de vecinos o en el pueblo.

Más de seis décadas después de aquel descubrimiento, Nelson Sambolín sigue dibujando. Esta vez desde un hermoso taller abierto ubicado en el Jardín Botánico de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde hace dos años realiza una residencia artística. Desde este amplio salón, por donde se cuela el viento y en el que hay trabajos suyos por todas partes, nos sentamos a conversar sobre este nuevo ciclo en su carrera artística en el que está concentrado en su gran pasión: la pintura. Esta residencia que lleva a cabo se reviste de gran importancia porque le ha brindado el espacio y tiempo para dedicarse a su verdadero oficio y le ha permitido regresar a su querida Universidad de Puerto Rico (UPR), institución que le cambió la vida.

Sambolín, menor de seis hermanos, recuerda que fue el tercero de su familia en ingresar a la universidad en aquella convulsa década del 60 cuando el país y el mundo eran un hervidero de protestas y de ideas que dieron pie a tantos cambios y transformaciones. En ese contexto llega a la IUPI, donde creció intelectualmente, conoció las injusticias sociales y se enamoró de las humanidades. “Fue como una bacteria que se me metió”, expresa sobre ese vínculo.

De todas las anécdotas vividas en aquel tiempo recuerda una en específico, la primera vez que llegó al Teatro de la UPR para escuchar la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico. “Yo vengo de un barrio rumbero y plenero de Salinas, así que cuando veo este anuncio de la Orquesta Sinfónica digo ‘voy pa’allá’, por curiosidad. Cuando llego al teatro y sale aquella orquesta y rompe aquel sonido que era inexistente para mí yo dije ‘anda pa’l car..., ¿y qué es esto?’”, confiesa entre risas.

“Yo nunca había...

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