Flores y leyendas de la Patagonia

Chile y Argentina

Por Mariana Lafont

Según un relato tehuelche, hace mucho tiempo, cuando solo había plantas sin flores, vivía en la Patagonia una hermosa niña llamada Kospi. Un día de tormenta, Karut (el trueno) la vio, se enamoró y la raptó, llevándosela bien lejos, hacia lo profundo de la cordillera. La escondió en el fondo de un glaciar y la joven, sumida en pena y dolor, se transformó en un pedazo de hielo. Cuando Karut volvió, tal fue su furia que desató un terrible temporal que derritió completamente el glaciar. Kospi se transformó en agua y corrió montaña abajo empapando los verdes valles. Al llegar la primavera, su corazón quiso ver la luz: trepó por las raíces y los tallos de las plantas y asomó su cabeza bajo la forma de coloridos pétalos (por eso kospi significa "pétalo" en idioma tehuelche). Así, nacieron las flores que alegran este mundo. Y en la Patagonia hay una increíble paleta de tonalidades de flores nativas y exóticas. Algunas son emblemáticas y tienen leyenda propia.

Esta vistosa flor, con forma de farolito, crece en sitios húmedos como orillas de ríos, arroyos y lagunas. Existen dos variedades, una roja y otra blanco-rosada, que brotan en arbustos siempre verdes con largas y delgadas ramas. Tan exótica es su belleza y tan largo su período de floración, que en general se utiliza para decorar. Una bonita fábula cuenta la amistad entre esta llamativa planta y el Diucón. Este simpático (pero poco vistoso) pájaro gris habita en la Patagonia y solo llama la atención por sus intensos ojos rojos. La leyenda explica el origen de esa llamativa mirada carmesí.

El Diucón vivía solo y feliz en los bosques más profundos de la cordillera, bebiendo las aguas cristalinas de lagos y arroyos que fluían de las altas cumbres. Un invierno, mientras recorría el bosque, escuchó una voz que lo llamaba desde la orilla de un arroyo, cubierta de copos de nieve. Con breves saltitos se fue acercando sigilosamente hasta ver una flor roja iluminada por un tenue haz de luz pero casi tapada por la nieve. Tal fue la alegría de la flor al verlo, que la belleza de sus pétalos se multiplicó. Y, temblando, le dijo: "Hola, soy Aljaba. Te he visto pasar por aquí, posándote en las ramitas de mis vecinos matorrales, donde el sol calienta tu gris plumaje". Y continuó: "¿Podrías ayudarme? No puedo moverme porque la Madre Naturaleza me bendijo diciendo que yo era la encargada de darle mi belleza a este arroyo. Y para ello, tengo raíces que se han arraigado...

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