Foto

Sofía Irene Cardona

A toda hora hay gente asomada a esta luminosa pantallita: en la fila del supermercado, de guardia frente a los portones, ensimismada en un atestado ascensor. Todos parecen muy entretenidos. Consumen los relatos y las imágenes que, fragmentadas y veloces, les ofrecen el quebradizo dibujo del mundo actual.

Hace unos días se publicaron las perturbadoras imágenes de las atrocidades cometidas por un grupo de soldados americanos en Afganistán. Desde la revista Der Spiegel a Rolling Stone, y de allí a toda la prensa internacional, viajaron las fotos que, con algún inofensivo teléfono, tomó un miembro de la compañía Bravo, estacionada en las inmediaciones de Kandajar. En una de ellas, un sonriente soldado exhibía, como señal de victoria, la cabeza del muchacho que acababa de matar. Los militares posan en actitud jocosa junto a cadáveres maltrechos, como si ante sus pies no hubiera seres humanos, sino monigotes rellenos de aserrín.

"El plan era matar gente", confesó Jeremy Morlock, sentenciado a veinticuatro años de prisión por el...

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