Descanso frente al al mar

Por Ana Teresa Toro

ana.toro@elnuevodia.com

Hace alrededor de cinco años funge como administradora en ese cementerio y en el tiempo que lleva allí ha visto repetirse esa escena muchas veces. Nada de eso la inmuta. Nada de eso la asusta. Nada de espíritus, visiones o temores. "Ahora, cuando veo un vivo entrar yo tiemblo porque no sé a qué viene", confiesa la mujer que se desplaza poco a poco entre tumba y tumba con un bastón. Se le ve que es una mujer alegre. "Me gusta el merengue y el reguetón, pero cuando bajo la cuesta apago el radio y soy de ellos. Todos ellos son mis hijos", dice toda vez que asegura que "me gusta estar aquí más que en casa. Hay una tranquilidad. Nadie me molesta, nadie se queja", explica Telma, cuyo discurso se ve interrumpido por el merengazo que irrumpe en el sonido de su celular color rosa brillante. Sus uñas largas y con diseños de flores, su hablar alegre y su comodidad, su pequeño escritorio de la oficina que está ubicada justo en el centro del cementerio contrasta con el imaginario popular que rodea a este tipo de espacios.

Pero Telma está clara. "Los muertos no hacen nada, si no tienen nada. Yo antes le tenía miedo a la muerte, pero una vez me tocó estar en el entierro de un hombre millonario al que ni si quiera le pusieron ropa suya. Lo enterraron con una ropa que apareció por ahí, con una camisa con moho, rota por detrás. No hay que preocuparse por el cuerpo, esto es un carapacho. Lo que vale está en el cielo", dice la mujer que ha trabajado en varios cementerios en su vida además de haber laborado como embalsamadora, exhumadora y camionera. Conoce bien el negocio de la muerte, el rito de morirse.

Le dan pena "sus hijos". "Hay mucha tumba abandonada y nosotros no las podemos tocar porque son privadas. La gente por lo general viene los primeros tres meses, después van dejando de venir y así", cuenta.

También hay que custodiar el lugar más allá del horario. "Antes hacían cosas de ritos y mataban animales por las noches, venían una vez al mes", recuerda.

Hoy día -dice- la comunidad los custodia.

Telma contesta el teléfono y mientras le da a su interlocutor las medidas de un ataúd y el horario idóneo para un entierro, miramos a nuestro alrededor. "Me encantan los entierros, viene tanta gente y uno puede servir", dice al rato.

Es un cementerio blanco, grande, enmarcado en un salero de mar y encendido por un sol tan fuerte que se siente castigador. La luz ya es estridente a las nueve de la mañana pero antes, el...

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