Frío en la tierra del flamenco

Por Alberto Medina Carrero

Los lectores de mi libro "De Amsterdam a Viena: impresiones de un viajero" saben de mis manías y testarudez en algunas cosas, así que, desoyendo las siempre sabias palabras de mi esposa, y confiando ciegamente en los informes de Internet, me fui ligerito de ropa para nuestra primera parada en Granada. En mi defensa, no en vano soy abogado, debo decir que por esos días la temperatura había estado cálida, así que aquella bofetada de aire frío al pisar tierra granadina fue sorpresa para mí y para los lugareños.

Por supuesto, me hice el «machito», para no dar mi brazo a torcer ni admitir mi equivocación. Así que el recorrido por los hermosísimos jardines de la Alhambra y el Generalife tuvieron mucho de urgencia, pues el frío me calaba hasta los huesos. Mi esposa, mientras tanto, lucía muy cómoda con su abrigo de cuero negro.

La cosa llegó al punto de que, aprovechando la cercanía del barrio árabe a nuestro hotel, mi esposa me «ordenó» que buscáramos un abrigo para mí. Así que nos internamos por aquellas callejuelas fascinantes, en busca de algo que me salvara de, cuando menos, una bronquitis. Confieso que aquello me inquietaba algo, pues no sirvo para regatear precios, como se espera en ese ambiente. Pero, a mi suegra nadie le ponía un pie adelante en eso, y mi esposa fue su alumna aventajada. De manera que me dejé llevar por ella, y salí de aquel laberíntico mercado con un buen y barato abrigo corto.

Aquello fue mi salvación para el resto de la visita a Granada, pues el frío no daba tregua. Fue mucho lo que anduvimos...

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