Fuga

Mari Mari Narváez

"Ya nunca podré ir a su tumba", lloriqueé trágica. "Detenerme a leer los mensajes que pone la gente, a ver las banderas y las flores y las ofrendas más extrañas y alimentar mi vena melodramática, toda mi solemnidad, recordando toda la locura que dejó al mundo".

Lo de Cortázar fue muy extraño. Yo tendría siete años y vi en la tele un carro negro muy grande con cristales oscuros. En la parte posterior, una cabecita calva con unos pocos pelos blancos. Aunque nunca lo vi de frente, me lo imaginé con unos espejuelos muy grandes y una risa alborotosa y tierna. Oí a mi mamá decir: "Lo mató la derecha". Entonces no hice preguntas. Ya yo sabía perfectamente lo que significaba aquello. Me fui a mi cuarto y lloré desconsoladamente el asesinato de Cortázar, a quien yo tal vez no había leído aún pero quien yo sabía era un escritor muy bueno. Y revolucionario.

Sufrí demasiado. Todavía, si recuerdo aquel día, vuelvo a llorar un poco, como si Cortázar volviera a morirse. Todo esto para, hace poquísimos años, enterarme de que Cortázar murió de...

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