El niño genio

EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ

ESCRITOR

Hay algo en la educación puertorriqueña que no incita a la curiosidad. Este niño quería ser físico teórico -ambición intelectual cuyo objeto es comparable en belleza a una sonata de Bach para violín- y se tropezó con el Recinto Universitario de Mayagüez. Con su obsesión de formar profesionales para el desempleo, la educación universitaria no sólo coarta la curiosidad sino que termina destruyendo la imaginación. Lo que resta ahora para el otrora niño genio es la casuística de los abogados, arte perfeccionado por los jesuitas y todos los chanchulleros que en el mundo han sido.

Entré a la Universidad de Puerto Rico en 1964. Mi curiosidad intelectual fue provocada hasta 1968, año en que me gradué. Me convertí en profesor a los veintidós años luego de haber tenido una educación de grandes incitaciones intelectuales en el Programa de Honor del Recinto de Río Piedras. Aunque algo clasista y elitista, en el Programa de Honor discutíamos con el profesor Héctor Estades a Romano Guardini, con José María Bulnes nos adentrábamos en los misterios del "Perceval" de Chrétien de Troyes, manoseábamos "La guerra y la paz" con Mr. Stephenson. Fue Charles Rosario, el director del Programa de Honor, quien me hizo leer a Marshall McLuhan, profeta de estos tiempos que corren de globalización. Aquel pensador reaccionario y católico que fue McLuhan profetizó la tan cacareada "aldea global"; Bill Gates y Steve Jobs fueron, hacia esos mismos años, sus arquitectos e ingenieros.

Aunque la vida universitaria no pudo dañar mi curiosidad ni coartar mi imaginación, sí hizo todo lo posible por convertirme en un excéntrico. Fuera de mis esfuerzos literarios juveniles, ahí estaban los comités de personal, los ascensos y las huelgas como grandes retos intelectuales. Quizás la principal desilusión que sufrí como joven profesor fue cuando visité a un director de departamento y me encontré con que el único libro a la redonda era el libro de texto del curso que enseñaba y un cartel de Lucecita Benítez.

A mediados de los años setenta respiré un poco de tanta estulticia departamental y participé de una tertulia que se celebraba en el llamado "Club de la Facultad", por aquel entonces camino a convertirse en la...

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