Herodes

Manolo Núñez Negrón

A los pocos días, se ordenó que todos los varones menores de dos años fueran pasados por la espada. Al resto de las familias de aquella aldea, por desgracia, no les llegó el aviso. Probable es que el emisario se hallara ocupado en tareas de mayor envergadura o que no tuviera el aval para trasmitir esa advertencia. Así que hubo llanto, rechinar de dientes.

La noticia, al parecer, tampoco llegó a tiempo al Residencial Ramos Antonini, ni a Morovis, ni a Guayama, ni a Corozal, ni a Dorado, ni a Aguadilla, ni al Sínodo de Obispos de la Madre Iglesia, ni a ningún otro lugar remoto de esta isla enferma, y nadie pudo sacar a los infantes del infierno, protegerlos de la violencia, ponerlos a salvo del dolor, de los golpes, del espanto, de las lágrimas, de la siniestra mano hurgando en la inocencia.

Y aquí también corrió, sigue corriendo, la sangre de los...

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