La hojita colorá

COQUÍ SANTALIZ

ESCRITORA

¿Qué nos regocija? Más allá de las pérdidas, las lágrimas, los fracasos, los éxitos, las sonrisas, la misma alegría, algo persiste a través del tiempo. Es como una danza fugazmente entendida, de la realidad del misterio que significa estar vivo.

De niña lo capté por primera vez cuando regresaba a la calle Robles en Río Piedras de mi clase de primer grado en el Colegio La Milagrosa, en la avenida De Diego. Iba sola (antes los niños caminaban solos) y un rayo de sol, a instantes me perseguía brillando y a instantes desaparecía en la acera. Atónita y deslumbrada, respiré en él y, en mi inocencia exclamé feliz, a gritos, (antes los niños exclamaban felices a gritos y nadie les imponía déficit) a los que por la calle avanzaban: "Miren, hice magia con el sol y ahora es mío".

Muchas más veces -en irrepetibles y trascendentales momentos- sentía aquel mismo misterio de la vida, y aun en dolor o caos, tragedia, locura o tempestad, sonreía, porque en esos segundos transformaba mi profundidad.

La niñez es buen referente. Y la adultez es buena maestra para practicar con los que te ponen de frente y te juzgan o intentan herirte, mirando bien detrás de sus vestiduras y comportamientos. Lo cierto es que tal y como perseguir al sol, se puede perseguir la alegría. Hurgando afuera de la apariencia y aceptando al momento como es, aunque no nos guste. Literalmente uno se sale de la película de uno mismo, figurándose realidades más hondas y, ahí, en esa salsa, comienza a entender un poco. Razones inexplicables que brotan de alguna computadora universal muy bien programada. Una inteligencia que organiza los momentos para que sean como tienen que ser. En algún sitio proclaman que está bien.

Así me pasa con este país. Cuando intuyo que todos podemos enloquecer, o me remito a la apatía, repentinamente alguien o algo me mueve a la música que somos. Repartiendo unas hojas sueltas en Plaza Caribe en Ponce para la marcha en pro de la libertad de Oscar López Rivera, detengo a un muchacho de no más de 15 años. Le explico quién es Oscar y, cuando finalizo, me mira: "Voy, dónde es la redada". Solo escuchó, cárcel. Tiró la hoja, y a su paso miro atrás, con cariño.

Si Oscar lo viera qué le diría, porque definitivamente estamos en una redada donde nadie escucha y nadie entiende. Atrapados en una cárcel atiborrada de símbolos inútiles y superficiales que no nos permiten recrear la intimidad real de estar vivos y de la maravilla de esta tierra y su...

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