El hombre que quiso ser prócer

JUAN ANTONIO RAMOS

ESCRITOR

  1. Lo que más me impresionó fue el busto de Eugenio María de Hostos. Me imaginé a mí mismo allí, hecho de piedra y con barba hasta en los sobacos. Eso sí, nada de busto. Lo mío sería de cuerpo entero y, si posible, trepado en un caballo blanco, con el brazo extendido y el dedo apuntando a no-se-sabe-dónde. Pensé que el 4 de enero sería un día feriado, y mi cara aparecería en el horóscopo que Walter Mercado dedicaba a esa fecha.

    Me puse a buscar datos sobre mi héroe para empezar a imitarlo, pero me di cuenta de que la cosa pintaba fea con ganas. El hombre pasó casi toda su vida huyendo. En el exilio fundó escuelas, hizo labor social, luchó por la libertad de Puerto Rico y escribió libros llenos de citas. "Si quieres saber lo que es justicia, déjate perseguir por la injusticia", y cosas por el estilo. En verdad yo no era bueno en esa materia. A mí se me daba mejor el humor y en don Eugenio María yo no veía ni el mínimo asomo de un chiste. Solemne las veinticuatro horas del día. No me lo imaginaba yendo al baño o haciendo el amor.

    Desanimado, agarré el libro de Estudios Sociales para ver qué aparecía en la sección de hombres ilustres y sólo Pedro Albizu Campos llamó mi atención. Más citas serias, y sobre todo, compromiso del bueno. "La patria es valor y sacrificio", decía este varón que colocaba la palabra y la acción en el mismo lugar, como dicen por ahí. Quien habla de esa manera termina en la cárcel o en el cementerio.

    En la universidad, cuando hacía mis primeros intentos como escritor, me puse a hurgar en las biografías de las grandes figuras de nuestras letras. Pronto comprendí que el procerato se veía difícil de alcanzar a cambio de escribir versos y cuentos. ¿Qué le esperaba a un escritor después de estirar la pata? El granito de mi estatua tenía la dureza del "marshmallow".

  2. Creí que me había curado de mi obsesión, pero no hace mucho, después de tantos años, me entró la misma cosquillita que ya yo conocía. Traté de ignorarla, pero no pude. Una voz me susurraba al oído algo que al principio fui incapaz de descifrar. Y así fue que empecé a considerar la idea de convertirme en un "honorable", que no es, jamás, lo mismo que ser un prócer de pelo en pecho, pero bueno.

    Si quería ser un "honorable" tenía que hacer mi ingreso en uno de los dos partidos de mayoría. Para ser un popular, tendría que aceptar, de entrada, que el asunto del Estado Libre Asociado de Puerto Rico quedó resuelto en 1952. Para algunas cosas...

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