Estado, iglesia y Dios

ROBERTO ECHEVARRÍA MARÍN

PROFESOR UNIVERSITARIO

".y la verdad os hará libres" (Juan 8:32)

Historiadoras feministas afirman que el Renacimiento, paradójicamente, trajo consigo la intensificación de la persecución contra "las brujas". El cristianismo, por su parte, adoptó de la antigua Roma la cruel práctica de quemar en la hoguera a un ser humano por presuntas transgresiones doctrinarias. El emperador Justiniano, por ejemplo, usó la quema para combatir a los zoroástricos por adorar al Sol. En el Concilio de París (año 825), los obispos exigieron de todos los gobernantes la cacería de brujas y adivinadoras.

En el nombre de Dios, se había proscrito pensar o actuar distinto. En connivencia con el estado, la iglesia añadió el elemento diabólico en su condena a los llamados paganos, una categoría concebida para perseguir a los desafectos de la fe verdadera. El papa Gregorio IX, en su bula "Vox in Rama" (1223), relacionó las protestas de campesinos que reclamaban justicia política y económica con el culto al demonio. Juan Pablo II, colaborador de la CIA en la persecución (asesinatos y torturas) de la izquierda latinoamericana durante la Guerra Fría, le encomendó a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) el silenciamiento de los "teólogos de la liberación". Este maridaje represor entre iglesia y estado, de hecho, es de memoria reciente.

Los protestantes no han sido mucho mejores. Juan Calvino ordenó la ejecución por quema de Miguel Servet por descreer en la trinidad cristiana. Martín Lutero propuso la supresión violenta de las revueltas de los campesinos y del judaísmo. Los ministros evangélicos Pat Robertson, Jerry Falwall y Luis Palau aprobaron la gestión de gobierno del general salvadoreño Efraín Ríos Montt, terrorista de estado y pastor de la Iglesia del Verbo Pentecostal. Palau, sin duda...

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