Incierto futuro para escuelas destrozadas

El portón en la entrada de la biblioteca de la escuela Marcelino Canino en Dorado no abre por completo. La capa de fango que cubre el piso y los libros que el agua arrancó de los anaqueles se han transformado en una barrera sólida que apenas deja un espacio de unas pulgadas para acceder al salón donde ahora reina el olor a humedad.

Mientras los vientos del huracán María azotaban la isla con fuerza, las aguas del río La Plata se juntaron con el riachuelo conocido como el Chorro de Maguayo y se apoderaron de todo lo que encontraron a su paso. La escuela intermedia quedó en el medio. En los salones y oficinas, una marca en las paredes a más de cinco pies de altura deja ver hasta donde llegó la inundación.

La fuerza del agua arrastró las neveras del comedor escolar, dobló los tubos de metal que servían de baranda en un pasillo y estropeó todo el equipo electrónico que había en el plantel.

Los libros, las libretas y los cuadernos no tuvieron oportunidad de sobrevivir. En la cancha amontonaron decenas de pupitres, con la esperanza de que se sequen.

“Aquí no queda nada, se dañó todo, todo”, relató el conserje escolar Alexander Álvarez, uno de los primeros que llegaron al plantel cuando bajaron las aguas para ver qué se podía rescatar.

En la mañana número 22 después de paso del huracán, el centro del salón de economía doméstica aún tenía una pulgada de agua. La maestra Carmen A. Padilla López explicó que el salón lleva tiempo “hundiéndose”. Como evidencia, una grieta en la pared contraria a las puertas, y a Padilla López le preocupa la estabilidad de la estructura.

“Soy de Hatillo y, por dos semanas, me reporté a una escuela más cercana (a mi casa). Cuando se arregló lo de la gasolina, vine el lunes y me encontré como con dos o tres pulgadas de agua en el salón”, narró Padilla López mientras sacaba fango del aula.

La escuela queda a pocos minutos de la autopista José de Diego PR-22, de camino hacia el casco urbano doradeño. Pero ningún funcionario de gobierno, ni municipal ni estatal, ha llegado a documentar las sillas cubiertas de fango que se secan bajo el sol o las cajas y cajas de comida que se pudren en el almacén del comedor escolar, dijeron los maestros.

El jueves pasado, tres camiones de tumba estaban alineados en la acera frente a la escuela. La escena ilusionó al personal, que pensó que estaban ahí para ayudar en la limpieza del plantel.

“Cuando pasamos, pensamos que iban a recoger los escombros en la escuela, pero no. Están limpiando la...

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