En el interior del Corredor Ecológico del Noreste

Por Camile Roldán Soto

end.croldan@elnuevodia.com

Saca un folleto de su mochila llena de barritas de granola, agua y bloqueador solar. Nos enseña un mapa con el área del corredor marcada en el papel. Es una mancha verde que se distingue del resto.

Lo que se conoce como el Corredor Ecológico del Noreste consiste de 3 mil cuerdas de ecosistema costero sin fragmentar entre Luquillo y Fajardo. No hay carreteras ni edificios, excepto por la casa de verano del Gobernador. En ese sentido es una tierra virgen, hogar de casi 900 especies, 54 de las cuales han sido identificadas como raras, amenazadas, endémicas o en peligro de extinción. Su playa es la segunda más importante (en jurisdicción de Estados Unidos) para el anidaje del tinglar.

Llegamos al balneario Seven Seas de Fajardo. La naturaleza nos da la bienvenida a través de un hueco entre los matojos. Camilla va adelante, confiada. Conoce este lugar en las entrañas de esta Isla como conozco yo cualquier tramo del expreso Las Américas. El pasadizo de hojas y ramas nos lleva a la entrada de la laguna Aguas Prietas. Los troncos de mangle rojo, blanco y negro brotan del humedal como espadas. La imagen es imponente. De repente me siento como un personaje de 'El Laberinto de Fauno'. Esto parece una fortaleza.

No estoy tan lejos de la realidad. Al menos la idea en mi cabeza hace sentido cuando Camilla interviene.

"Los manglares son nuestra primera línea de defensa contra tormentas y huracanes. Cuando los destruimos eliminamos esa protección", explica la bióloga y estudiante de planificación. "Incluso, durante el 'tsunami' en Asia las comunidades que habían mantenido sus manglares sobrevivieron mucho mejor que las que lo habían destruido", comenta nuestra guía.

Seguimos caminando por la vereda donde mucho tiempo atrás pasaba la vía del tren, aunque ya no hay rastros de ella. Escondido entre la maleza hay un pozo, testigo de los tiempos cuando el ganado se paseaba alrededor a sus anchas. El silencio es total. Sólo lo interrumpe el crujir de las hojas cuando pisamos, el canto de algún pájaro o el brinco veloz de un lagartijo. Un poco más adelante una solitaria pareja de turistas se cruza en el camino. Vienen de alguna playa cercana. Camilla les dice que tengan cuidado. Las aguas parecen calmadas pero pueden ser peligrosas, según advierte uno que otro letrero. Los visitantes se marchan agradecidos y al igual que nosotros, continúan su tránsito a paso lento, absortos entre tanto verdor.

Intento capturar...

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