Irreverente licencia histórica

Por Juanma Fernández-París

Especial El Nuevo Día

Aunque estará por verse si Benjamin Walker, quien tiene la difícil tarea de interpretar al famoso presidente desde joven hasta que tiene el semblante que todos reconocemos de los libros de historia, va a ser un gran actor. Aún así, en este filme su carisma evoca el comienzo de la carrera de Liam Neeson. La integridad de Walker y su presencia es en gran parte lo que sostiene la primera sección del filme, en la que el protagonista es entrenado y descubre el precio que pagará por asumir el rol de asesino de vampiros.

Que el libreto no se moleste en explicar los cambios hechos a la mitología del vampiro (aquí pueden salir al sol sin problemas) y no se moleste en crear sus propias reglas tampoco resulta particularmente problemático. El filme tiene el ritmo sólido de una película de acción competente y el director Timur Bekmambetevov ("Wanted", "Daywatch") no falla en alimentar la pupila del espectador con imágenes que retienen la esencia de un filme de horror mientras son utilizadas en otro contexto.

El problema principal surge cuando el guión crea un hueco gigantesco en su narrativa para poder implicar que la vida secreta de Lincoln se extendió durante su ascenso a la presidencia y su lucha para abolir la esclavitud, culminando en la guerra civil. Este brinco sucede justo después de una escena donde Lincoln va a la plantación del vampiro principal, rescata a su mejor amigo y asesina a una docena de vampiros. La lógica dicta que lo próximo que pasará es una batalla a muerte que pone en riesgo a la prometida de Lincoln. Sin embargo, el villano decide esperar más de dos décadas para...

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