La isla en el hori zonte

Por Arturo Echavarría

Nota de la editora:

Publicamos la segunda y última parte del cuento "La isla en el horizonte" que obtuvo la Mención de Honor en el Certamen de Cuento 2011 de El Nuevo Día.

Tenían razón -dijo él y empuñó el vaso que había dispuesto en una mesita cerca de su silla. Al acercar la bebida a sus labios, temió que los otros notaran que su mano temblaba muy levemente. -Aquello es un desierto -añadió con voz más firme. -No es fácil caminar por allí. Me hubiera gustado, sin embargo, poder llegar a lo alto del cerro y desde allí mirar la isla grande. Debe de ser magnífica esa vista. Y para mí, que he estado mirando esta islita desde la otra costa por tantos años. una sombra verde donde se acaba el mar. Sería magnífico poder mirar ahora aquella costa desde esta.

-Qué poético -suspiró Suzie. Lo dijo sin asomo de ironía.

-Hablando de costas -comentó Mariana. -Se sabe que aquí -e hizo un gesto en la dirección de la pequeña isla- paran a veces las yolas que vienen repletas de inmigrantes ilegales de República Dominicana.

Gustavo objetó que la prensa, por lo menos la que él leía, solo reseñaba el caso de las yolas que llegaban a las costas de Puerto Rico. -A esa costa ahí enfrente -dijo con énfasis y señaló a Rincón. -Caminando por la playa, a veces me he encontrado con cascos de yola ya casi despedazadas. Abandonan lo que queda del bote y los que lograron llegar con vida, a correr se ha dicho.

-Es la ruta más común -asintió Fernando. -Pero, como Mariana, yo también he oído decir que a veces hacen un alto aquí. A lo mejor es que los cogió el día en el trayecto y esperan a que anochezca para seguir el viaje hasta Puerto Rico. O a lo mejor es que se le acabó la gasolina.

-O a lo mejor -intervino Sonia- es que el bote se averió. Vaya usted a saber si se estaba hundiendo y hasta aquí llegó, o hasta aquí llegaron a nado los que sobrevivieron. Qué horror -dijo señalando en dirección del cuerpo de agua que los separaba de Santo Domingo. -Ese mar del Canal de la Mona debe ser un cementerio.

Él había estado escuchando todo aquello en silencio. Por momentos, creyó sentir que el ritmo de su respiración se aceleraba. Intentó serenarse. Miró a su alrededor. Casi todos estaban ahora entretenidos en el recogido del equipo de buceo y se preparaban para la segunda tanda de la excursión submarina.

-¿Te vas a quedar aquí bebiendo? - le preguntó Gustavo, sonriendo, mientras se agarraba de la borda para dar el salto al agua.

-A lo mejor vuelvo a bajar a tierra -contestó él, también sonriendo.

-¡Por...

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