La isla la llevó a Walter Mercado

Barcelonina de nacimiento y corazón, la artista Susana Ruiz, quien tuvo a su cargo realizar un retrato escultórico del astrólogo puertorriqueño Walter Mercado, siempre fue lo que se podría llamar un espíritu libre.Tan libre que, a los 18 años, cuando tuvo permiso legal por la mayoría de edad de viajar sola a otro continente, llegó hasta Puerto Rico, influenciada por su amistad con un joven viajero puertorriqueño que "vivía la experiencia de viajar sin pasaje de vuelta"."Nuestra conexión y amistad fueron instantáneas. A través de él supe que Puerto Rico existía y siempre me ofreció su casa para el día que yo quisiera iniciar mi viaje sin pasaje de vuelta al otro lado del charco. Así fue", comparte, al recordar que llegó a la isla en el 1982.Nunca imaginaría que pasarían muchos años y muchas vivencias. Menos aún, que, convertida en artista, la vida sellaría -más allá de su hijo, de muchos de sus amigos más queridos y de su amor y agradecimiento por Puerto Rico-, un pacto que trasciende el tiempo con una pieza de arte que representa al ícono latinoamericano que fue Walter Mercado."La idea surgió de su sobrina, Betty Benet. Ella conocía mi obra y empezamos a darle vueltas al asunto. Este proyecto me ilusionó muchísimo. Walter Mercado era un ser humano muy carismático, muy potente", explica, para añadir que "para mí, hacer un retrato escultórico es un poco como el ejercicio de un actor: para hacerlo debo entrar en el personaje, conocerlo, estudiarlo, habitarlo sin juzgar, para observar y captar la esencia. Debo conocer sus gestos naturales, la cartografía de sus facciones, como si se tratara de un lugar. Walter era todo un mundo y fue fascinante entrar en él", revela, mientras comparte su proceso creativo para dar vida a sus obras.De su encuentro con el afamado astrólogo recuerda cada detalle, pero, más que nada, su sentido del humor."Cuando se decidió tirar el proyecto adelante, en el 2017, yo estaba de visita en Puerto Rico. Betty me llevó a su casa y él estaba muy ilusionado. Pasamos un par de tardes juntos, charlando, tomando té y él me mostraba sus cosas, sus tesoros; me contaba anécdotas. Me dejó tomarle medidas con las herramientas propias de escultor. Me regaló libros. Me sorprendió su exquisito sentido del humor. En aquel momento, tenía 85 años y tenía una salud y una energía deslumbrantes. Ahí pactamos que lo representaría ‘ageless’, cosa que nos tuvo riendo por un buen rato. ¡Era muy presumido!", asegura.Y cumplió. La llamó "El Divino...

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