EL JIM ABBOTT BORICUA

Por Carlos Rosa Rosa

crosa@elnuevodia.com

La historia de Abbott le dio alas a un sueño que parecía imposible para Jonathan. Lo alentó a creer que podía tener una vida dentro del diamante.

"Nunca había visto un lanzador así. Él llegó a las Grandes Ligas y triunfó. Su historia me inspiró", dice Jonathan, sentado en las humildes gradas del parque de la comunidad Jaime C. Rodríguez, acompañado de su padre Rafael.

Abbott nació sin la mano derecha y alcanzó la fama al convertirse en un lanzador de las Grandes Ligas con los Angelinos de California en el 1989.

Jonathan perdió la mano derecha en un accidente y, a sus 16 años, es uno de los serpentineros de los Azucareros de Yabucoa en la Liga de Béisbol Doble A Juvenil.

Su increíble historia de perseverancia inició a los cuatro años, cuando acompañó a su padre a la pizzería donde él trabajaba y metió su mano en una máquina de triturar queso.

"Jonathan perdió la mitad de la manita. Lo llevamos al médico y tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida. Le dije al médico que le amputara la mano", cuenta Rafael al agregar que antes del accidente su hijo era derecho.

La pérdida de la mano debía cambiar por completo la vida del niño, pero no fue así. Con una mano, Jonathan aún se pasaba tirando una pelota contra la pared. Siempre quiso ser lanzador. No renunciaba a ese sueño, pero vivía una realidad por su condición. El detalle era que no sabía cómo hacerlo.

Fue entonces cuando apareció Abbott en su vida y pareció iluminar el camino. Era el ejemplo perfecto: serpentinero sin la mano derecha. "Me hablaron de él y buscamos información. Leímos sus historias y vimos muchos vídeos", dice Jonathan, quien en su infancia rechazó utilizar una prótesis.

Era lo que necesitaba, especialmente, para aprender a fildear. Era la parte más crítica, ya que sus padres temían por su seguridad para jugar en las Pequeñas Ligas.

Con los vídeos de Abbott, Jonathan comenzó el proceso de aprendizaje. Lo que tenía que hacer con dos manos, lo aprendió a hacer con una. Imitaba lo que este hacía: colocaba el guante izquierdo encima del pequeño muñón para esconder la pelota, mientras realizaba el movimiento hacia el plato. Después de lanzar la pelota, de inmediato, se colocaba el guante en la mano izquierda para atrapar cualquier batazo.

Fue un proceso arduo. Vivió momentos de frustración en los que no veía progreso y lucía encaminado a rendirse. Era comprensible su decepción. Después de todo, cuántos niños han tenido el valor de...

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