John Doe pide la palabra

LUIS RAFAEL RIVERA

PROFESOR DE DERECHO

Según esa doble vara, Nixon era honorable, Hitler rezumaba decencia y la vida es una continua guerra en la cual no cuentan los muertos del bando contrario. Sólo merecen la fosa común del lumpen, el indecente y el descastado.

El tema es complicado y, por ello, ciertas actuaciones judiciales me impiden ejercer como buen profesor. Así me ocurre cuando los estudiantes piden que, al menos, identifique una vaga justificación de la mordaza, pues invariablemente tengo que bajar la cabeza.

Algo similar me pasó cuando me enteré de que torturaban al amigo Osvaldo Toledo. Aquella estancia en el infierno, tumbado boca arriba, sin poder dormir y con un frío espantoso hurgándole los huesos, al cabo de cuatro días le descompensó el organismo y masacró sus vértebras. Querían que mirara de cerca el rostro de la muerte.

La indignación me movió a escribir "Los caprichos del sepulturero". Creí entonces que, poniendo el dedo en la llaga, haría sonar algunas alarmas. No sé si lo logré con una metáfora tan "descabellada", pero debí imaginármelo. Algo parecido le había ocurrido a Juan Torruella cuando publicó "La sombra larga del sol de mediodía", una novela en la que invitaba al lector a sumergirse en un mundo de misterio, intriga y traiciones. Pero quería saber si en ese círculo de la llamada cultura "one man, one vote", todas las personas son realmente iguales. Y terminé comprobando que al buenazo de Toledo le dieron trato de John Doe por no estar enquistado en un búnker judicial.

Aun así, no tengo el menor reparo en expresar mis matizadas disculpas a la familia Pieras en lo que respecta a los agravios personales que dicen haber padecido. Les creo...

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