Joya del cine mudo

Por Juanma Fernández-París

Especial El Nuevo Día

Esta película silente, producida para ser un espejo artístico de las películas que se hacían durante los 20 justo antes de que Hollywood hablara y alcanzara su era dorada, presenta la caída de una de las primeras estrellas de cine cuando su industria se transforma sin él.

Sin embargo, la decepción de un desempleo repentino, virajes de suerte que pueden ser crueles y el peso gigantesco de lo que se define como destino, son elementos universales que pueden tocar a todo tipo de público.

Cuando éstos se manifiestan en la historia, la novedad de estar viendo un filme sin diálogo ha desaparecido y lo que queda es la destreza magistral del director francés Michel Hazanavicious y las excelentes actuaciones de Jean Dujardin, en el papel titular, y Bérenice Bejo, como el talento nuevo que asciende a la estratosfera más alta de la industria del cine.

En ese momento del filme, aproximadamente en el segundo acto de la trama, el experimento queda más que justificado e ilustra con elegancia que en este medio audiovisual son las imágenes las que logran poesía y las que adquieren un poder emocional difícil de describir y con acceso directo a todos los recovecos de nuestro cerebro.

Uno de los momentos más mágicos del filme sucede cuando su protagonista literalmente tiene que enfrentar los elementos sonoros que han invadido su territorio profesional.

Dentro de la historia, esto es una secuencia que ilustra los miedos de su personaje central, pero en las...

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