Lo kafkiano

“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo”.

Así empieza “El Proceso”, la fundamental novela de Franz Kafka, una de las obras cumbres de la literatura del Siglo XX. Se cuenta ahí de un tímido funcionario bancario que, sin motivo conocido, es arrestado una mañana cualquiera, tras lo cual entra en una agobiante, opresiva y, al final, estéril lucha para tratar de averiguar qué se le imputa, quién lo acusa y cómo puede defenderse.

Las cuitas de Josef K acontecen en una ciudad sin nombre, todas en el ámbito judicial. El sistema es un viscoso emplegoste. La burocracia es una telaraña. Hay puertas falsas, caminos que no conducen a nada, laberintos. Órdenes dictadas desde atrás de paredes, de las que no sabe de dónde vienen.

Funcionarios que se regocijan en la impotencia. Gente que, hablando el mismo idioma, es incapaz de entenderse. Desconocidos sonrientes que se ofrecen a ayudar y después, inútiles como todos los demás, desaparecen. Hay encierro, oscuridad, frustración, ansiedad y miedo.

Recuerda mucho a Puerto Rico ese revolú, por supuesto. Lo sabe todo el que le llega un boleto de tránsito dado en un sitio por el que nunca pasó, una cuenta del CRIM por una casa que hace años vendió, o una factura de agua que parte de la premisa de que en la casa se bañaban elefantes y sus primos. Lo sabe todo el que tiene que sacar un día y sus largas horas para el más inocuo trámite en una agencia de gobierno. Lo sabe el que no ha logrado hacerse entender por un burócrata de gobierno ni en español, ni en inglés, ni en jeringonza.

Del apellido del autor de “El Proceso” viene el adjetivo “kafkiano” para referirse a algo absurdo.

En Puerto Rico, sabemos mejor que muchos qué es eso de kafkiano, sobre todo cuando nos vemos obligados a entrar en roces, no importa si fugaces e imprevistos con el gobierno.

Ni los que dirigen el invento este están seguros de cuántas agencias públicas hay en Puerto Rico.

Depende de a quién se pregunte, hablan de más de 100, 130, 135 o “cerca de 140”. Del documento de presupuesto se desprende que, al menos con su propia asignación, hay 136.

Dicho así, parece cualquiera cosa. Pero, recuerde, cada cual viene con su pesado equipaje de espesa burocracia, procesos bizantinos, ejército de empleados de confianza, choferes, alicates, ñames con corbata, can blowers y, claro está, que eso nunca puede faltar, y los hay en muchas agencias antes que la vergüenza misma, sus comités rojos y...

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