Madeja

ESCRITORA

La semilla de cualquier tipo de acción de esa naturaleza es la corrupción, que tiene muchas formas, y que también da lugar a otro tipo de podredumbre menor, más solapada, que consiste en dar privilegios a unos ciudadanos -dueños de barras, proyectos de construcción, o amigos variados del Gobierno- en detrimento de comunidades y asociaciones de vecinos.

La Policía, en ocasiones, usa dos varas para medir las infracciones provenientes de un lado y de otro. Se inclinan sin ningún disimulo ante los poderosos; ante los que tienen amigos en las altas esferas. Eso los debilita, ablanda los principios de los agentes que apenas comienzan. Y es una situación que se da mucho en el País: policías que se desviven por atender unas querellas, mientras desoyen otras. O que se muestran más férreos con expresiones de protesta de la gente humilde, y defienden a los que pasan dinero por debajo de la mesa.

Por otro lado, ya en el pasado se denunciaba que, en su tiempo libre y no tan libre, algunos miembros de la Uniformada proveían servicio de escolta a los jefes del narcotráfico, custodiaban cargamentos y cobraban sueldazos procedentes de las arcas del bajo mundo.

Aquí se denuncian los golpes y atropellos de la Policía; los empujones y gases para dispersar a los manifestantes, pero eso se asume, erróneamente, como un fenómeno aislado, desconectado del problema principal que tiene el País: una burbujeante economía subterránea, encharcada de dinero sucio, que infiltra y corrompe con tenacidad, y que contagia su estética de bravuconería y muerte.

En cualquier caso, esa vorágine de corrupción tuvo su origen hace varias décadas, cuando salieron a la luz los encubrimientos y asesinatos de los años setenta (incluyendo los sucesos del Cerro Maravilla) y de la primera mitad de los ochenta.

Involucraban a figuras notorias de la Policía -Alejo Maldonado, Julio César Andrades, Emeterio Ortiz y tantos otros- y los ingenuos pensaron que ya se había superado esa etapa. Pero en ningún momento se produjo la limpieza que ameritaba un fenómeno tan acuciante. Eliminaron a las cabezas visibles, ya quemadas, y las llevaron a confesarse en la Legislatura, pero la semilla permaneció en el Cuerpo.

No se le dio paso a un proceso de transformación, con depuraciones éticas, morales, ideológicas incluso. No le convenía a nadie por aquella época. Las actividades mafiosas, como se ha visto claramente en estos días con el sonado caso de Julito Labatut, están vinculadas...

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