Una madre herida

EMILIO GUEDE

CINEASTA

Lo que perseguía Orlando Zapata Tamayo con esa rebeldía tan obstinada como peligrosa era que se le diera el trato de prisionero de conciencia exigido por Amnistía Internacional, a lo que la dictadura se negaba, aumentando su condena arbitrariamente a 25 años más. Del penal de Taco Taco fue trasladado a la prisión Kilo 8, de Camagüey, donde continuaría recibiendo palizas de crueldad inconcebible.

La dictadura no podía permitir que se supiera que un humilde obrero de la raza negra asumía una postura disidente. Para su propaganda, los otrora discriminados (que lo seguían siendo) tenían que estar con el comunismo y si no era así se inventaba cualquier acusación para meterlos en la cárcel. La actitud desafiante y tenaz de Zapata Tamayo ante esa maniobra enardecía a sus captores, quienes arreciaban sus golpizas. Y como medida drástica para reducirlo a la obediencia, fue encerrado en un calabozo sin luz, minúsculo y miserable. Desde allí, el 2 de diciembre de 2009 decidió declararse en huelga de hambre en protesta por las vejaciones de que era objeto.

Sólo ingería agua. Pero fue privado de ella durante 18 días consecutivos, lo que le produjo un alarmante deterioro físico que anunciaba un inmediato y fatal desenlace. Se trataba, evidentemente, de un asesinato. Y es ahí donde la usurpación comunista cae en cuenta de lo que podía costarles la muerte por odio de un hijo humilde del pueblo que se alzaba contra el abuso en las prisiones y la violación de su condición de prisionero de conciencia. Lo trasladaron a un hospital...

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