Maniquí

Manolo Núñez Negrón

Si llevaba tanga, faja o bikini bajo el mameluco, es cosa que nunca se supo. Tampoco si se depilaba a lo brasileño o prefería usar las navajas del colmado. Ella, que develó tantos secretos y se cebó a costa de tantos infortunios, supo guardar los suyos con gracia y discreción. Sus adeptos se contaban por miles, aunque no todos tenían el coraje de admitirlo públicamente.

Incluso los políticos, tan reacios a las ruedas periodísticas y a las preguntas embarazosas, sucumbieron a su encanto. Más de un gobernador en funciones, se dice, le visitó con chaqueta y corbata.

A tal extremo fue creciendo su fama, su poder de convocatoria, su cuenta bancaria, su influencia intelectual, que aquella gente, huérfana de todo, vio en su persona una autoridad moral, dejándole soñar en nombre suyo sus sueños. Y la celebraron por décadas, cantando sus alabanzas.

Así se entronizó el culto a la ignorancia, la brutalidad frívola, el "camp", la monotonía...

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