Marchas

MAYRA MONTERO

ESCRITORA

Por eso es necesario que el objetivo sea realista y, sobre todo, concreto.

Pedir la paz en una marcha, o pedir el fin de la violencia, así, en el aire y en abstracto, dirigido a nadie, es una pérdida de tiempo. A lo mejor funciona como desahogo, para abrir una válvula y liberar tensiones colectivas. Pero si no hay un planteamiento específico, las marchas se convierten en meros pasadías. Cómo se va a pedir la paz, a ver, y a quién se le pide, ¿al sicario que horas después le descerraja un tiro a un policía?

En estos momentos, lo que existe en la calle no es la clase de guerra que se pueda mitigar con diálogo o intercambio de ideas. ¿Quién intercambia ideas con el dueño de un punto? Le da lo mismo que haya una marcha o veinte. Al día siguiente, si tiene que mandar a destrozar el quiosco de la competencia, lo hará sin que se le mueva un pelo. Y si cae gente inocente, alquila una película y la ve comiendo "pizza". Funciona de ese modo.

Aquí hasta los eslóganes son similares, se confunden entre sí, y se convierten en trivial papilla: "Hoy no es el día", "Hoy es un buen día", en diciembre sí o en diciembre no. Y encima machacan esas frases trilladas de que el cambio tiene que empezar por cada uno de nosotros, algo que no entiendo bien. ¿Por qué razón debe empezar por los ciudadanos honestos, que se ganan el pan doblando el lomo, pero que viven encerrados y muertos de miedo? Allá fuera hay una maquinaria multimillonaria, de la que participan jóvenes descarriados, es cierto, pero también políticos prominentes, empresarios famosos, montones de profesionales y gente acomodada que, de un modo u otro, saca partido del negocio de la droga o simplemente la consume.

Con motivo de la marcha que se celebró el domingo pasado, oí decir a un político que había que reclamar un cambio de actitud y reducir de ese modo la desigualdad y el resentimiento entre una parte de la población. Que con eso se resolverían nuestros problemas de marginación y crimen.

Claro, la desigualdad es terrible. Y todo el mundo sabe que en Puerto Rico hay grandes sectores marginados, muchachos que han desertado de la escuela y que nunca han recibido en sus casas ni un ápice de estímulo para que estudien. En muchos casos, representan al menos la segunda generación en un hogar donde no han visto a nadie trabajar.

Decir, sin embargo, que todo depende de un cambio de actitud y de oportunidades para los marginados, no es de rigor en panorama tan complejo. Los más...

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