María o atascados en el tiempo

Aquel que descubra cómo terminar con los huracanes habrá aprendido a desmontar los vientos, a secar las lluvias, a detener las marejadas, a silenciar a los climatólogos; habrá aprendido, sobre todo, a devolverle la calma y la tranquilidad a Puerto Rico. Y, de paso, repondrá el sosiego a los residentes del pueblo de Yabucoa, que, a un año del paso del huracán María, viven en un presente indefinido todavía compartiendo porciones de agobio, tristeza y coraje.—No nos sentimos seguros. Viene otro más tarde y...Desde su casa, Irma Torres, de 74 años, habla de María y no tiene que concluir la frase; de pie, en lo que sirve de sala, ocupada por dos sofás estropeados y otros muebles. Una bombilla desnuda encendida cuelga de un cable del plafón. Vive con su esposo, José A. Morales, en el borde mismo del mar, en el sector El Negro de Yabucoa. Las casas comenzaron como invasión de terrenos y los residentes no poseen actas de propiedad.Anochece y sopla el viento en la salita de lo que queda de la construcción en cemento. Viven en la pobreza que muchos puertorriqueños descubrieron, asombrados, después de María.Sobre el mar furioso, de la casa se proyectan las vigas truncadas de un techo que se llevó el huracán, como si le hubiera arrancado el rostro de cuajo.Sentado, tranquilo, en una silla, su esposo, de 74 años igualmente, aprovecha el fresco con la camisa desabotonada. Escucha y asiente. Con los ojos brillantes, mira hacia un punto indefinido al frente. Es ciego, hace dos años que perdió completamente la vista; nunca un oftalmólogo lo ha examinado. Fue pescador y, además, migraba a recoger tomates, pepinillos.La marea sube y se conversa entre el estruendo creciente de las olas, abajo, a unos pies, que embisten el pequeño montículo sobre el que se construyó la estructura.Se piensa que un huracán no se encarniza más con unos que con otros, pero ninguna catástrofe natural es neutra, y todas hacen a los pobres, más pobres.Duermen en otras habitaciones, que tienen las ventanas tapiadas y no entra luz solar, y transpiran humedad. El mar raspó los plafones, se llevó el hormigón y dejó las varillas enmohecidas como costillas expuestas. Para evitar que se venga abajo, un corvo gato de metal sostiene el plafón de una habitación desahuciada.La familia no tiene otro lugar a donde ir. En estos espacios, pasan sus días y noches la pareja, su hija, pescadora también, y el hijo de esta. A lo largo de la orilla quedaron en pie otras casas ocupadas que parece como si...

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