'Mariposas que emergieron de lo oscuro'

Por Abhi Samadhi Yaisha

Especial El Nuevo Día

Se creía que, en aquella noche, la diosa Lakshmi iba de lugar en lugar preguntando: "¿Quién está despierto?" y repartía su abundancia entre quienes respondían.

En esos días, habían ido poblando el ashram muchas mariposas de luz, que descansaban con sus enormes alas oscuras junto a las bombillas.

Ya con el pecho abierto y la mente más despierta, sentía que había dejado atrás mis propias lluvias. Sentada en un escritorio sencillo, junto a una ventana de dos hojas y con varios proyectos de escritura para la misión en la que trabajaba como voluntaria, dejaba que, entre tecla y tecla, el sol me acariciara el alma.

Pasaba ratos largos meditando en el santuario de la misión y me llevaba esa aura al escritorio, dejando a veces los dedos suspendidos sobre el teclado para cerrar los párpados y ver la potente luz amarilla que había tras mis ojos. Me habían asignado trabajar una versión de la biografía del gurú fundador del ashram para colocarla en internet.

A través de sus relatos, viajaba por otras partes de India. Un día, este sadhu encontró a un fakir y le preguntó: "¿Qué debo hacer para conocer al Amado, por quien ansío tanto?" El fakir le contestó: "La mariposa de luz ansía perecer en las llamas y ser una con el fuego. Si la espantas, pronto regresará".

En el otro lado de la ciudad, la maestra que el instituto de Iyengar me había asignado corregía las posturas de sus estudiantes. Sus alumnos indios aseguraban que era igual que tomar clases con él. Escuché a alguien definiéndola como una "mini-Iyengar".

"¡Estira más las rodillas! ¡Y los talones en el suelo!"

Estricta, impersonal y disciplinaria; parecía una sargento. Era justo lo que necesitaba; no pensar entre posturas, ni comparar lo que aprendía ahora con lo que supuestamente sabía, pues, según recordaba instrucciones del pasado, mi práctica se sentía frágil sobre el yoga mat. Así que vaciaba la mente de aquello y hacía espacio para esto: secuencias nuevas que hacían la cadera más flexible para un triángulo sencillo y la manera correcta de utilizar los músculos del pecho y alrededor de los omóplatos para inversiones como pararse de cabeza y de manos.

La postura de montaña se sentía muy distinta a la que había conocido. Pies bastante separados, dedos gordos marcadamente hacia adentro, muslos internos rotados hacia atrás, sacro apuntando al suelo, pecho bien abierto como un acordeón, omóplatos bien juntos, cuello extendido, y la parte más bella, los...

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