La mente del asesino y de la jueza que lo juzgó

Por Benjamín Torres Gotay

btorres@elnuevodia.com

Poco antes, él se había aparecido allí para pedirle que volvieran. Ella supuestamente le informó que tenía un nuevo amor y le dijo que no. Él decidió irse. Pero, al llegar al carro, vio un tubo de acero galvanizado de los que se usan para cambiar gomas y, con este artefacto en mano, volvió a subir.

Esta vez, no iba a conversar.

Es en este momento en que no es difícil imaginar lo que le pasaba por la cabeza: le inundaron la mente las reverberaciones de la centenaria cultura en la que fue criado y le ensordecieron los ecos más profundos de todo lo que se ha dicho por generaciones de las relaciones de pareja, de lo que tantos, él incluido, dieron siempre por sentado y siguen dándolo.

"La mujer no puede dejar al hombre". "La mujer, su mujer, su propiedad, lo había despreciado". "Por otro". "¿Qué pensarían sus familiares, amistades, compañeros de trabajo, conocidos?" "Que no fue suficiente hombre para su mujer que tuvo que buscarse otro que la satisficiera".

Las mujeres, pensó Leslie, no pueden dejar al marido así porque sí, menos por esa razón. Y si lo hacen, tienen que pagarlo. Subió al apartamento y, en lo profundo de la madrugada de aquel lúgubre Viernes Santo, arrebatado por la historia y no por la histeria, la golpeó bestialmente con el tubo de acero galvanizado hasta destrozarle el rostro y dejarla sin vida.

Así, más o menos, son todos los casos de violencia de género: un hombre (rara vez es una mujer), con la conciencia envenenada por lo que dicen la familia, la escuela, el discurso público, el religioso, las canciones y los programas de televisión, sobre el lugar de cada cual en la vida, no puede resistir una ruptura de esa ideología.

Combatir ese virus que corrompe el sistema nervioso central de nuestra sociedad es una tarea titánica, porque se lucha contra generaciones, religiones, ideologías, contra la cultura misma. Pero se hace más titánica aún cuando personas en posición de hacer girar los atavismos hacia horizontes más claros se unen a la comparsa de los prejuicios y sintonizan sus ideas con las que tuvo Leslie cuando decidió que su esposa debía morir porque se enamoró de otro.

Ése es el caso de la jueza Inés Rivera Aquino, que presidió el proceso contra Álvarez. A juzgar por sus...

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