'El miedo de todos los días'

Por Lilliam Irizarry

Especial para El Nuevo Día

"Todos los días le pido a Dios que me haga un milagro: tener un papel que diga quién soy, que diga que existo", expresa angustiada la inmigrante sudamericana que, al igual que tantos otros miles de extranjeros indocumentados, camina esquiva por las calles de Puerto Rico.

María llegó a la Isla hace más de 10 años llena de sueños y con un bachillerato en Administración. Se mudó por solidaridad con su esposo, un mecánico industrial que había llegado ocho meses antes tras quedarse sin trabajo en su tierra.

Al mes de haber entrado con visa de turista junto a su hija adolescente, comenzó a limpiar residencias por el día y oficinas por la noche. Apenas dormía cuatro horas diarias y muchas veces supo caminar tres horas para llegar sin fuerzas a limpiar una casa. Nunca el cansancio ha sido excusa para hacer a medias su tarea.

"Como acá nadie nos conoce, nos damos a conocer por nuestro trabajo. Los únicos documentos que tenemos son nuestro trabajo y, si fallamos en eso, nos quedamos sin nada", afirma quien todavía se sorprende de los muchos baños y carros que hay en las casas puertorriqueñas y de la gran cantidad de zapatos que la gente tiene en los armarios.

Desde hace cinco años, se levanta a las 5:15 de la madrugada de lunes a viernes para desplazarse a pie y en transportación pública hasta una urbanización de gente acomodada donde consiguió trabajo como empleada doméstica. Los sábados, también se busca sus chivitos.

Cuando sale a trabajar, suele mirar disimuladamente a todos lados. "Uno siempre teme que un día Inmigración va a estar ahí y nos va a llevar. Ese es el miedo de todos los días", manifiesta. Como medida preventiva, se mantiene alejada de todo lo que pueda exponerla a las autoridades: vive lejos de otros inmigrantes, no frecuenta sus lugares de reunión, no participa en protestas y no conduce vehículos de motor.

Asegura que nunca ha mentido a sus empleadores sobre sus papeles. Su esposo, mientras, logró comprar un número de seguro social que le dio acceso a un empleo con beneficios de salud en una fábrica. Pero los recortes de personal lo dejaron al poco tiempo sin trabajo y sin seguro médico.

Desde que llegó a Puerto Rico, María no ha tomado vacaciones. Y los únicos días que tuvo que tomar libres fueron los más amargos de su vida. Su esposo venía quejándose de cansancio y dolor en la espalda baja, pero no se había atendido adecuadamente por miedo a que se descubriera que eran...

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