Mínima la cantidad de casas aseguradas

Después del paso del huracán María, Suheyli Silva no tuvo que volver a la casa en el barrio Ingenio de Toa Baja en la que ha vivido por nueve años con su esposo y dos niños para saber que la cólera apocalíptica del ciclón la había dejado sin nada.

Su esposo, Erik Pérez, fue antes que ella, dos días después del huracán, tan pronto los caminos inundados o bloqueados se lo permitieron. Regresó a Bayamón, donde Suheily y sus niños pernoctaban con su madre, con muy malas noticias. “Cuando llegó allá me dijo: ‘mama, no hay nada. Y yo: ‘¿cómo que no hay nada? Y él: ‘que no queda nada dentro de la casa’”, cuenta Suheily.

Días después le tocó a ella el trago amargo. Fue con su esposo, pero tuvieron que detener el vehículo varias calles más arriba de la suya porque no había paso. Caminaron varias cuadras con las piernas metidas en lodo hasta las rodillas. El desolador panorama –calles y casas enlodadas, vehículos irreconocibles por haber quedado sumergidos bajo agua, postes caídos, ropa, enseres, mobiliario desperdigados– le anunciaba que nada bueno le esperaba en su residencia.

“La puerta del clóset estaba encima del carro, la lavadora estaba completamente en otro lado, la casita del perro, que se necesitan como tres personas para poderla cargar, estaba encima de las escaleras. Había una nevera que no era de nosotros en el patio. Arriba estaba todo, todo, lleno de lodo”, cuenta Suheyli.

La crecida del río La Plata, que inundó cientos de casas en Toa Baja, cubrió por completo la vivienda de dos pisos de Suheily y Erik y arrasó con absolutamente todo lo que tenían adentro.

Perdieron enseres, mobiliario, ropa, incluso importantes documentos y fotos familiares.

“Fue bien impactante ver los alacranes, gigantescos, muertos al frente tuyo, ver los peces muertos al lado tuyo, ver las culebritas pasándote por el lado, que subías los escalones y seguías viendo fango y fango y peste y peste”, agrega la mujer de 37 años.

Suheyli, una empleada del Municipio de San Juan, y su esposo, Erik, un transportista de turistas, compraron la casa hace nueve años por $43,000 en efectivo.

Vivían allí con sus dos hijos, Adrían, de nueve años, y Paola, de cuatro. Pero nunca le compraron un seguro a la propiedad. “Ni siquiera nos orientamos. Esto es zona inundable. Siempre lo ha sido. Pero hacían 20 años que esto no se inundaba así. Se ha inundado, nos da tiempo a sacar las cosas. El agua baja al otro día y seguimos la vida normal. Pero nunca había sido de una magnitud así”...

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