La moral de la muñeca

ÁNGEL DARÍO CARRERO

PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA DE RELIGIOSOS DE PUERTO RICO

Una foto de una cabeza desmembrada de su cuerpo y colocada sobre el mostrador de una cocina familiar, es uno de los ejemplos más lamentables de exposición oportunista y cruel que hayamos visto jamás. El medio, preso de sí mismo, al margen de su responsabilidad social, amplió fríamente el radio de alcance del ya trágico mal. El medio, lejos de su misión intrínseca de entretener e informar, descuella como tribuna de humillación y, en el mejor de los casos, de falsa indignación. Sólo desde este histrionismo falso puede entenderse el exabrupto infame de solicitar la pena de muerte para los menores acusados, pero la total exoneración de sus propias culpas.

Resulta, igualmente, una justificación del todo insincera afirmar que con la exposición de la cabeza mutilada deseaban contribuir a que Puerto Rico se adecente. ¿Cómo va a adecentarnos la indecencia? ¿Acaso puede reformarnos la estulticia? Esta hipocresía es precisamente parte entrañable de la degeneración que nos acosa. Es inconcebible, pero es un hecho que también querían nuestro aplauso y agradecimiento.

Pero nadie se tragó el cuento. La indignación es general y, definitivamente, auténtica. Las redes sociales han exhibido un cúmulo de reflexiones éticas extraordinarias que deberíamos escudriñar atentamente. Ha quedado manifiesto ante el gran ojo público, lo que ya en gran medida se sabía, que el programa "La Comay" es parte de esa realidad que es preciso transformar con urgencia.

Porque es tan horrendamente enfermizo cortar en pedazos a un individuo, como ganarse el pan de cada día mediante la exhibición de la sangre y de los sesos crudos de ese mismo individuo. Porque si deplorable es atentar contra la vida física de un individuo, no es menos deplorable asesinar reputaciones.

Las excusas esgrimidas al día siguiente carecen de validez. Querían hacernos creer que la familia directamente afectada no se había molestado ante semejante acción barbárica. Nuevamente subestimaron la sabiduría del pueblo. Pues sólo...

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