Morir antes de morir

Por Abhi Samadhi Yaisha

Especial El Nuevo Día

Con Osho todo era posible, y yo aspiraba hacer mis transiciones de vida -mis pequeñas muertes- más livianas que la separación lastimosa que había vivido en Puerto Rico. Si era posible, a carcajadas. Pero tan pronto cerraron la puerta y nos quedamos descalzos los seis valientes que nos apuntamos allí, nos dijeron que realmente íbamos a morir. Pasado el susto inicial, pensé que no habría mejor lugar para dejar mi cuerpo, pues las cenizas de Osho descansaban en el piso inferior.

Me preguntaron cómo veía la muerte. "Tiene dos aspectos: uno poético y liberador, y otro de sufrimiento, de apego a lo que se acaba". Yo quería abrazar sólo el poema, pero mi lección sería aceptar su matiz de pavor; porque, al igual que las transiciones, la muerte era inevitable. Y en vez de resistirla, era hermoso aprender a caminar con ella suspirando tras de mí.

"Dios es el verano y el invierno, Dios es la vida y la muerte, Dios es el día y la noche. Dios es sufrimiento y éxtasis... ¡ambos!", hablaba Osho a través de una grabación, mientras girábamos al ritmo de una danza sufi, la música de místicos musulmanes, nómadas del desierto... Allah Yu Turgus um Urgus... (levántate y baila) era el mantra y el toque de tambores que sanaban el corazón. Girábamos sin tregua, como hacen los sufis para encontrar su centro. Llegó a mí la imagen de una mujer vestida de blanco que danzaba como una fragancia liviana a mi alrededor, fascinada con poder fusionarse conmigo. Parecía una gemela que venía de otra dimensión. ¿Sería la muerte que me seducía a entenderla, no como una destrucción maligna, sino como un ángel que me animaba a despertar pronto a esta vida tan breve para hacer lo que vine hacer antes de desaparecer en su abrazo?

Nos enseñaron a exhalar prolongadamente, como las parturientas y los moribundos, mientras retrocedían las pocas horas que teníamos, y entendí que la muerte me había descontado los minutos desde que nací. "Tu nacimiento fue el principio de tu muerte", hablaba el gurú.

En mi libreta, una lista de los títulos que no escribí antes de morir. En el espejo, el rostro de la ansiedad, mi compañera constante. "Me estoy muriendo", musité, y me pegó un llanto hondo. Me preguntaron los días más importantes: "cuando nací, y cuando recibí mi nombre espiritual, también nací". Y las memorias más horribles: "el día en que supe que mi madre moría, y el día en que recibí la llamada explosiva de que mi madre espiritual estaba...

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