Una mujer

Yara Liceaga

Quince minutos de espera de trasbordo un viernes de las Fiestas es filete, como dicen algunos. Así que mis defensas -ésas que ayudan a manejar las situaciones límite que el archipiélago siempre le pone a una de frente y que obligan a una a ponerse brava- estaban acomodadas en el lugar más seguro: la tranquilidad.

De hecho, estábamos bastante emocionados, mi hijo y yo, de estar montándonos en "guagua nueva", nosotros que somos asiduos usuarios del sistema de transporte público.

Por el gentío -y aunque no lo hubiera- me monté al muchachito en la falda, so pena de que hubiera un asiento disponible.

En los asientos contiguos se sientan una mamá y su hijo. La maternidad en público crea cierta empatía, establecimos solidaridad mientras estuvimos en la fila de trasbordo. Mi hijo le llevaba quizá algunos meses al nene.

El caso es que la mujer y el niño cogían dos asientos. Cuando se llenó la guagua, se me activó la alarma de defensa e intervine: "Permiso, señora, coja el niño en la falda para que otras personas puedan sentarse".

Algo en sus ojos...

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