A QUE NO PUEDES...

POR TATIANA PÉREZ RIVERA. tperez@elnuevodia.com

fotos por ÁNGEL M. RIVERA

"¡Madre santísima! Mira lo que hace ese muchacho", clama una señora cargada de bolsas con detergentes cuando se topa con Adalberto Fernández en plena acción en una parada de guaguas.

Acción, para el bayamonés de 20 años, significa llevar la punta de los pies sobre la cabeza, vía la espalda.

¿Contorsión en Puerto Rico? ¿Arte circense en nuestro 100 x 35? Una nueva generación de artistas demuestra que este arte cuenta con entusiastas dispuestos a llevar al límite sus posibilidades físicas.

"Yo soy contorsionista", saluda Fernández con sus grandes ojos negros y su cabello lacio.

"Yo me pasaba estirándome todo el tiempo", recuerda sobre su adolescencia. "Al principio quería lograr doblar la espalda con el pecho en el piso y llevar los pies a los lados de las orejas, encima de mi cabeza. Esa es la figura que más rápido llega a la mente cuando uno piensa en un contorsionista".

Y cuando logró hacerla sucedió lo inevitable. "Quería algo más complicado, retar más y más la flexibilidad. Siempre pasa lo mismo. Suerte que mi piel es superelástica", dice estirando un pedazo de la que cubre su antebrazo.

Pero es mucho más que piel, también es un asunto de músculos. "Casi nunca me he quedado trancado y cuando me pasa lo siento en los abdominales porque estoy acostumbrado a doblar la espalda hacia atrás y no hacia al frente", señala.

Mide 5'6" y pesa 116 libras, aunque quiere rebajar cinco para sentirlas menos en sus muñecas cuando éstas reciben todo el peso de su cuerpo. En contra tiene su anatomía masculina.

"Tenemos las caderas y las costillas muy estrechas en comparación con las mujeres, pero se puede; claro que se puede si le pones empeño", puntualiza.

Ese empeño lo lleva a pasar por alto su padecimiento de escoliosis. "Una vez un médico me dijo 'esos ejercicios que haces o te mejorarán o te empeorarán'. Al principio era un poquito incómodo, pero después tu cuerpo se va acostumbrando. Ya ni me acuerdo de eso", acepta con la osadía propia de la juventud.

A los 12 años quiso ser gimnasta y le dijeron que se le había hecho tarde. Comenzó como bailarín en Victorias Modeling Center en Levittown y luego fue admitido en la Escuela de Bellas Artes de Bayamón. Ahí descubrió otro mundo.

"Había ballet, jazz, baile español, danza moderna y circo. Y yo me dije '¡circo!, ¿qué es eso?'", relata.

Lo averiguó rápido, de la mano de Luis Olivo a quien describe como "el mejor mimo del Caribe".

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