'No QUERÍA VOLVER A correr'

Por Luis Santiago Arce

larce@elnuevodia.com

Rivera, quien el pasado lunes cumplió 25 años de edad, fue parte del relevo nacional que le dio a Puerto Rico una emotiva medalla de oro en la prueba de 4x100 metros, como parte del atletismo de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Mayagüez 2010, cuarteta que incluyó a Celiangely Morales, Beatriz Cruz y Carol Rodríguez.

Días después, la moroveña Rivera se enteraba de que había corrido en la Sultana del Oeste en la etapa inicial de un embarazo producto de la relación con su esposo, Julio Alvarado, cuando la también recién graduada sicóloga industrial ya evaluaba la posibilidad de tomarse un receso deportivo para darle más tiempo a su matrimonio.

Entonces, tres semanas más tarde, su alegría se convirtió en tragedia, en una pesadilla de la vida real. La Federación Internacional de Atletismo (FIAA) emitía una suspensión provisional de dos años a Rivera por arrojar sendos resultados positivos a la sustancia ilegal drostanolona en el previo Campeonato Iberoamericano y en Mayagüez 2010.

De inmediato la cuarteta boricua fue despojada de su dorada conquista, y Rivera quedaba a la deriva, en el olvido y sin respaldo de la Federación de Atletismo de Puerto Rico, que le sugería asumir responsabilidad por su falla.

Sufría, además, la vergüenza y humillación de un país y unos medios de comunicación que la condenaban, dolor que compartía con su familia inmediata, amigos cercanos, allegados y algunos compueblanos que la seguían respaldando en las malas, encabezados por el actual director de comunicaciones del municipio de Morovis, Junior Ortega, y su entrenador, Ángel 'Cowy' Pérez, entre otros.

Al mismo tiempo que se le caía el mundo encima, al quedar sin las ayudas que tenía como atleta de alto rendimiento, salió de la casa de sus padres en la urbanización Las Russes de Morovis, y de su residencia universitaria en Bayamón, para vivir en un tétrico vagón enclavado en medio de una finca propiedad de la familia de su entonces desempleado esposo.

Su nuevo 'hogar' estaba sin piso, con un monte contiguo que a cada rato con la continua lluvia en la montaña le llenaba de lodo sus pertenencias. En fin, Rivera aborrecía el lugar, que solo le daba la opción de observar las gallinas, gallos y animales domésticos, hasta que su vista se perdía en el vacío y entre lágrimas hacia las montañas que tiene de frente en el sector Veredas del barrio Morovis Sur en las entrañas de la Cordillera Central.

Todo, sin embargo, ha...

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