No quiero saber de política

SILVERIO PÉREZ

HUMORISTA

Política y politiquería son dos cosas muy diferentes. La política, como la pensó Aristóteles en la antigua Grecia, es la actividad humana que se organiza para dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad. La acción política debiera estar dirigida por el sabio ejercicio del poder. Lo que se vive en Puerto Rico en términos políticos parece de la época de las cavernas donde la truculencia definía quién era el que mandaba.

Esta semana pasada hemos tenido una excelente muestra de esa política podrida de la que la gente huye como el diablo a la cruz. El recital que ha dado Jorge de Castro Font, en la corte federal, es elocuente cuando describe ese contubernio entre políticos y empresarios corruptos que han convertido la política en una forma de enriquecerse ilícitamente mediante el tráfico de influencias. El sistema, que busca perpetuarse, señala y acusa al político, no al empresario, salvo una que otra excepción. De esta forma, la gente decente, los que creemos que la política se debe ejercer para servirle al pueblo, huimos asqueados para evitar ensuciarnos y le dejamos el espacio a los corruptos a los que no les tiembla el pulso a la hora de traquetear con los fondos públicos. Prevalece entonces una filosofía cínica de manos afuera y miramos con suspicacia a todo aquél que muestre algún interés por lo político.

El presidente del Senado, Tomás Rivera Schatz, nos regaló esta semana otra joya de esa política de las cloacas. Luego de haber empeñado la dignidad del Senado, contratando un "party bus" para ir al tribunal a respaldar a un senador corrupto, contrata al amiguito más cercano de ese senador, para que empiece a trabajar precisamente el día después de su renuncia al Senado. Hay que ser tonto para no ver la movida: de los...

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