Nocturno

Sofía Irene Cardona

El silencioso litoral sería de un verde esmeralda, luminoso y profundo. En alguna de esas noches, con apenas la luz de la luna creciente, se avistarían las enormes tortugas salir del agua parsimoniosamente, una a una. Con asombro y reverencia, los habitantes de la isla seguirían con la mirada su paso lento hacia el área más cercana al follaje. Allá, lejos de la marea, anidaría la nueva camada de tinglares. La playa desierta, entonces, se transformaría en altar.

El mundo aún mostraría sin disimulo sus ciclos: vida y muerte en sucesión continua. Nosotros no éramos nosotros todavía. Ni aquellos primeros habitantes, ni ninguno de aquellos dioses, imaginarían quiénes heredarían su territorio. Pasó el tiempo, y el tiempo se hizo ruido, extravío, muchedumbre. Los tinglares continuaron regresando cada primavera a una costa cada vez más desconocida y hostil, deformada por una construcción desmedida y caótica.

Hoy, esta...

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