Sin nombre

Mari Mari Narváez

Como toda cultura, la de la muerte se va transformando. De un tiempo a esta parte, por ejemplo, los dolientes en los funerales gustan de asegurarse mutuamente que "hay que celebrar la vida" del difunto.

En un acto poético de intenciones casi transgresivas, también desafían la naturaleza misma de la muerte diciendo que la persona "vivirá para siempre" a través de su legado.

Los lugares comunes casi nunca son falacias. Precisamente, se repiten hasta la saciedad porque existe un consenso en torno a ellos. Pero pienso que se usan con cierta resignación, como un recurso casi fútil porque se sabe que hay cosas en la vida que no tienen nombre. Ciertos amores, por ejemplo. De repente te encuentras un día con alguien a quien amas, pero no exactamente como un amigo ni como una hermana ni como un amante ni como una hija ni como un padre ni como nada que puedas nombrar.

Con la muerte pasa lo mismo. Esa mezcla de dolor, de soledad, ese desgarramiento que a su vez es otra cosa; ese profundo estado de incomprensión es un territorio de lo innombrable; un vocabulario inexistente...

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