Nostalgia De canción en canción

Por Carmen Graciela Díaz

Especial El Nuevo Día

Tan diferente a estos tiempos en los que cargamos nuestras canciones a fuerza de audífonos. En el bolsillo o en la cartera la música es portátil, pequeña y a veces intangible.

Será una memoria cercana para unos, pero si algo evoca un evento llamado el Festival Nacional de Velloneras Antiguas y Coleccionistas de Música del Ayer es que la nostalgia y las canciones se hacen bien.

Las velloneras comenzaron a llegar ayer a las 9:00 de la mañana al Centro de Actividades de Jayuya. La de más edad era de los años treinta, una Wurlitzer de 1935 tan elegante por su madera, y las más jóvenes eran de los setenta. Coloridas, con luces, de 24 teclas o etiquetas escritas a mano o a maquinilla que anuncian boleros, salsa, danzas o merengazos, y los números o la combinación de letra y dígito con los que la máquina lee nuestros antojos musicales.

En la octava edición del festival fundado por Paquito Marín con la intención de mantener viva la música del ayer se esperaban alrededor de 40 velloneras que se acomodaban una al lado de la otra en el salón sobriamente blanco.

La primera edición, según Charlie Escobales, uno de los organizadores de este encuentro, tuvo apenas seis. Hasta el mediodía de ayer, una veintena de estas máquinas del siglo pasado, grandes y pequeñas, ocupaba el lugar, pero si uno se despistaba y daba la vuelta, una vellonera podía asomarse por la entrada.

Una Rockola sonaba. Varios como Basilio Padilla se acercaban a tocarla. Este es uno de esos placeres que llaman a palparse. Tocar el botón, el cristal o sus dimensiones. Mirar las partes de la vellonera desnuda que mostraba su interior como el carrusel donde están los discos y el resto de su mecanismo en funcionamiento. Y también observar aquellas cuyo diseño escondía su estructura interna.

Los minutos volaban y de repente todas sonaban a la vez. Un coro de velloneras; orquestas y tríos cantaban juntos. Un sonido que no aturdía -era imposible que la música molestara- pese a las decenas de voces de coleccionistas y curiosos que se concentraban en el lugar.

"La vellonera era el lugar preferido de la comunidad. Había un cafetín y la vellonera tenía la música del desamor, del amor. Había ocasiones en que una persona ocupaba una vellonera y no daba oportunidad a los demás de usarla. Era típico, una estampa de campo, encontrar a un tipo ebrio... 'voy ahora' y seguía usando el mismo disco", dramatizó Domingo Rosario, otro de los organizadores, las...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR