Noventa y nueve y contando

SILVERIO PÉREZ

HUMORISTA

Quien sí lo llamó fue su hermano mayor quien en septiembre cumplirá sus 101. En la fiesta de los cien de mi tío Teo estaban sus hermanas, las muchachas como él les dice, una de 92, otra de 88 y la nena que apenas cumple 84. Si yo heredo esa genética, es posible que vea el comienzo de la solución del status de Puerto Rico en el 2045.

Por lo menos heredé su nombre y su buen humor. Lo del nombre lo descubrí de forma muy particular y lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba muy nervioso en mi primer día de clases en la escuelita José de Diego del barrio Mamey. La maestra comenzó a llamar por lista a los estudiantes. De pronto escuché: "Pérez Figueroa, Silverio". "Qué raro", pensé, "un nene se llama igual que mi papá". La maestra se me acercó cuando vio que yo no respondía. "¿Cómo usted se llama?", me preguntó. "Junior", le dije. Entonces vino la gran revelación. Ella me explicó que "junior" se le llamaba al primogénito de una familia que llevaba el mismo nombre que el padre, por lo tanto yo me llamaba Silverio. Me sentí extraño, pues no me parecía un nombre adecuado para un niño. Finalmente lo acepté, como he aceptado que ese señor que aún tiene una gran agilidad física y mental a sus 99 años, es, sin proponérselo, además de mi padre, mi mentor.

Hay dos cosas que he aprendido de él: trabajar y practicar el buen sentido del humor. En los años cincuenta hubo una situación económica muy difícil. Todos los días, a las seis de la mañana, se echaba al hombro la caja de herramientas de carpintero, que pesaba más que la pobreza en que vivíamos, y caminaba casi una hora hasta la parada de guaguas más cercana, para ir, proyecto tras proyecto, en el área metropolitana, a buscar trabajo. Regresaba con las manos vacías y el ánimo por el suelo.

Posteriormente desistió y se dedicó a administrar una finca donde en...

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