El olfato como juez supremo

AURA N. ALFARO

aalfaro@elnuevodia.com

Cuando se trata de café, la nariz de Miguel "El Cano" Flores López, reta a la de cualquier sabueso. Eso pese a que al cabo de un día oliendo café para detectar la calidad del grano y saber si el tueste es bueno, la nariz arde como si estuviera expuesta al fuego. "Pero no cambiaría mis años haciendo lo que hago por nada, y todavía a esta edad puedo detectar un café fermentado a distancia", dice.

Nativo de Caguas y octavo de nueve hermanos, se crió metido en la plaza pública del pueblo. No recuerda mucho a su madre, quien murió cuando él tenía apenas seis años. Sus cuatro hermanas se hicieron cargo de los menores, hasta que su padre se volvió a casar, con ellos ya grandecitos.

Empezó a conocer lo que era el café desde muy temprana edad, pues su papá era codueño de la empresa Café Crema, en Caguas.

"Todas las vacaciones de verano me las pasaba en la torrefactora, al principio estorbando y luego trabajando", cuenta. Café Crema era una empresa pequeña y el producto se empacaba y se cerraba a mano, en bolsas de papel.

Asistió al colegio católico Notre Dame, en Caguas, donde todo lo enseñaban en inglés, menos el español. "Esto me ayudó muchísimo luego, cuando entré a los 'marines'", explica.

Aunque "tenía una guerra" con su madrastra, le agradece que a través de ella conoció a su esposa, sobrina de ella. "Venía a casa a visitarnos, y yo desde muchachito velándola, porque era tímido", confiesa, hasta que de adolescentes se hicieron novios.

Flores se graduó de escuela superior en 1950, y fue de la primera clase ese año en lo que es hoy la Universidad Católica, en Ponce, que en aquel entonces eran dos o tres saloncitos, en los predios de un cañaveral.

Pero nunca terminó el bachillerato. "Fue cuando los independentistas se alzaron", relata Flores. "En Ponce hubo muchos tiros y reyertas, y en Jayuya mataron a cinco guardias, cerraron las armerías en toda la Isla, y en Ponce suspendieron las clases y cerraron la universidad y las armerías en todo Puerto Rico", narra.

A su regreso a Caguas se encontró con "un revolú en la plaza y frente a la alcaldía, con guardias trepados en los edificios". "No tenía más nada que hacer y a mis 18 años de edad me fui a Café Crema a trabajar a tiempo completo, haciendo de todo, hasta ayudante en las guaguas de entrega", evoca.

En ese interín le llegó la carta del servicio militar obligatorio y eligió entrar a la Infantería de Marina. "Pasé las de Caín, pero no me arrepiento", asegura...

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