El olímpico significado de nuestra delegación

Por Benjamín Torres Gotay

benjamin.torres@gfrmedia.com

No es, por supuesto, que este fenómeno nos sea exclusivo.

Las competiciones deportivas en general, y las olímpicas en particular, tienen un sentido que trasciende por mucho lo que pasa dentro de la pista, la cancha, el parque o la piscina. Cuando -en un planeta en el que abundan las guerras, el hambre, las enfermedades y los abusos - hombres y mujeres entran a la cancha a competir en igualdad de condiciones, en ese instante, solo en ese instante, todo lo demás deja de existir; y cuando arrecia la competencia, puede verse, a veces, un ligero destello, imperceptible para quien no tenga los sentidos bien afinados, de que, como se suele decir por ahí, todos los seres humanos somos iguales.

Los eventos olímpicos, además, tienen el potencial de inyectarle esperanza a países que están pasando muy malos trances, como es el caso de Haití que, aún languideciendo entre las ruinas del terrible terremoto de enero de 2010, envió a Londres cinco atletas que desfilaron con toda gallardía por el mismo sitio por el que desfilaron representantes de países que viven en condiciones mucho más favorables. En ese momento, fueron iguales a todos los demás.

Vamos ahora a Puerto Rico.

No es secreto para nadie que nuestro país vive una crisis de proporciones monumentales. La violencia, el desempleo, la corrupción y el oportunismo nos ahogan. Perdidos en este laberinto, pocas cosas nos hacen juntarnos en una sola voluntad como el deporte. Cuando existe la posibilidad de que a uno de aquí le vaya bien, casi todo el mundo se une y eso no pasa con casi nada más.

El atleta, a veces, entiende esto, pero lo malinterpreta. Se le dice por ahí, en titulares de prensa y en promociones comerciales, que son "la esperanza del país". Le entra, entonces, la presión. Y terminan, a veces, en el triste trance de sentir que tiene que pedir perdón por haberlo dado todo, como le pasó ayer al boxeador Enrique Collazo, quien se disculpó por haber sido derrotado.

Puerto Rico necesita momentos buenos, pero el atleta no tiene que sentir que le falló a nadie por no alcanzar una meta reservada solo para unos pocos. Si Javier Culson, contrario a los vaticinios de todos los que saben, no gana una medalla olímpica, habrá una gran decepción que durará, como mucho, tres o cuatro...

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