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Por El Infiltrado

En eso mismo pensaba el otro día en medio del partido amistoso entre las selecciones española y boricua de fútbol. Los primeros llegaban del olimpo directamente desde el Olimpo del balón, con varias copas ganadas a su haber, campeones del mundo, salarios millonarios y seguros de una victoria tan fácil que resultaba incluso vergonzoso. Los segundos, desconocidos, admirados por pocos, jugadores de gradas vacías, residentes del territorio más humano del fútbol, ese en el que se juega mucho y se gana poco, cuando se gana.

En el parque, como tristemente era de esperarse, sobraban las camisetas rojas del oponente. Al llamado "Huracán azul" lo trataban más bien como una flaca llovizna. La Roja iba ganando cómoda y fácilmente, hasta que pasó lo que nadie podía si quiera imaginar. Se coló un gol que, cual viento huracanado, dejó a medio mundo allí con la cabeza dando vueltas como una...

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