Orgulloso de sus triunfos

Por Jorge L. Pérez

jperez@elnuevodia.com

Y fuera de él.

Ese espíritu fue el que se le salió hasta por los poros a Wilfredo Gómez cuando terminó de escuchar la pregunta.

"¿Qué hubiese pasado si, en tu apogeo, tú hubieses llegado a pelear, digamos, con Juanma López?".

¿Iba Wilfredo Gómez, el descomunal noqueador al que muchos consideran el mejor boxeador puertorriqueño de todos los tiempos y miembro del Salón de la Fama desde 1995, a bajar la guardia y soltar alguna babosada insulsa con tal de no ofender a nadie?

El Wilfredo Gómez que yo recordaba era aquel que decía que estudiaba libros de anatomía para precisar dónde estaban precisamente aquellos órganos que más quería dañar con sus golpes: de seguro ha sido el único boxeador al que le he oído decir que noqueó a su contrario con un "gancho al bazo", y no al hígado. Él sabía distinguir.

Y ese Wilfredo Gómez no se hubiese privado nunca del gozo de un nocaut... aunque solo fuera imaginario. Así, ahora, la sonrisa panorámica que se dibujaba en su rostro cuando veía que su rival doblaba rodillas, volvía a salirle a flote.

"Bueno, Juanma es mi amigo", dijo, "pero la verdad es que no creo que me durara cinco asaltos". Juanma no hubiese tenido de qué avergonzarse, de hecho: en su carrera profesional después de haber sido campeón mundial aficionado en 1974 -logro que alcanzó noqueando a un cubano... en Cuba-, Gómez amasó un récord de 44-3-1 y 42 nocauts, fue campeón en las 122, 126 y 130 libras cuando solo había dos organismos mundiales y, como monarca supergallo del CMB, implantó una marca que posiblemente nadie quebrará nunca al ganar por nocaut las 17 defensas titulares que llegó a hacer.

En su época fue idolatrado casi hasta la obsesión por los puertorriqueños y reconocido como grande entre los grandes en el plano internacional, pero, como muchos atletas que brillaron en las turbulentas décadas de los setenta y ochenta, cuando no era fuera de lo común que muchos atletas usaran drogas, y no meramente esteroides, la fama vino rodeada de sustancias ilegales, "malas juntas" y problemas con la ley.

Finalmente, con la ayuda crucial de su segunda esposa, la venezolana Carolina Gamboa, a quien conoció en Venezuela poco después de su retiro definitivo en 1989, y a través de quien también encontró la religión, Gómez logró superar hace 10 anos su adicción a la cocaína y desde hace cinco años vive feliz y tranquilo en Kissimmee, Florida.

Por suerte, con la ayuda de su contable, Paco Figueroa, logró salvar...

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